martes, 5 de marzo de 2013

El niño y el ángel de la guardia

Una persona muy cercana a mí, y en la cual confío plenamente, me refirió en cierta ocasión un suceso extraordinario que he considerado interesante incluir en este apartado. Su testimonio y experiencia está fuera de toda duda y puedo afirmar, con toda rotundidad, que no es persona dada a la fabulación o a desvaríos de la mente.

Cuenta nuestro testigo, que en cierta ocasión, siendo niño, jugando con sus amigos, descubrió preocupado que acaba de perder unos cromos muy preciados para él (recordemos que no tenía más de siete u ocho años). Con la urgencia propia de un muchacho de esa edad, se puso denodadamente a buscar sus valoradas estampitas coleccionables, no encontrándolas por ninguna parte.

Con el llanto en los ojos, abandonó el parque y los amigos con los que estaba jugando, y se marchó en dirección a su casa. En el camino, el niño rezó con fuerza a Dios para que le ayudara a recuperar sus cromos; y fue en ese preciso momento cuando sintió que alguien le cogía de los hombros y le giraba con decisión hacia su izquierda y en dirección a una bicicleta que se encontraba apoyada en una pared.

Allí, y perfectamente amontonados sobre el sillín, se encontraban los mismos cromos que el niño había extraviado estando en el parque. El infante, con la alegría iluminando su rostro, dio gracias a Dios y recogió sus estimadas viñetas, sin percatarse realmente de lo que le había ocurrido.

Nuestro amigo nos dijo que nunca había olvidado este suceso, pero que fue sólo años después cuando comenzó a darse cuenta de la importancia y rareza del hecho. Para un niño, y más de esa corta edad, lo extraño y forteano sólo lo es para los adulto.

Por cierto, el testigo, ya en su adultez, nos aseguró que aquel día no había pasado por donde encontró los cromos, y afirma que, con toda certeza, los perdió estando en el parque.

¿Existirá, acaso, en la realidad, el incorpóreo e imaginario Ángel de la Guarda?

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