miércoles, 20 de febrero de 2013

El budín que reaparecía una y otra vez

Henos aquí ante otra de esas historias que nos dejan de una pieza y nos hacen plantearnos, seriamente, la posibilidad de que el tiempo y el espacio no sean como nos lo han contado. La historia no es contada por el siempre extraordinario astrónomo, Camille Flammarion, en su libro “L´Inconnu et les problèmes psychiques”.

El señor Deschamps, siendo un muchacho, recibió en su casa de Orleáns un trozo de budín de ciruela, cuyo sabor le entusiasmo desde un principio. El trozo de tarta le fue enviado por M. Fontgibu.

Transcurridos los años, el joven, ya un adulto, entró en un restaurante parisino y encontró que en el menú del día se incluía el pudín de ciruela que tanto le gustó siendo niño. Sin pensárselo dos veces, se apresuró a pedirlo.

-Lo siento señor –le dijo el camarero, discretamente-. El último trozo que nos quedaba le ha sido servido a M. De Fontgibu.

¡M. De Fontgibu! El mismo hombre que le había enviado, en su juventud, la tajada de pudín, y del que hacía tanto años que Deschamps no sabía nada.

Pero el asunto no estaba destinado a quedarse ahí. Muchos años después, el señor Deschamps fue invitado una tarde en casa de una señora, la cual anunció que tendría un postre muy especial y exquisito. El postre: pudín de ciruela.

Deschamps se sonrió, y les contó a los demás invitados la extraña coincidencia con ese delicioso postre; luego, añadió: “Y ahora, solamente nos falta a M. Fontgibu”. En el mismo instante en que esto decía, la puerta se abrió y un achacoso anciano hizo su aparición en la sala, disculpándose por la tardanza. Aquel señor no era otro que M. de Fontgibu, que también había sido invitado a la velada y que había equivocado la dirección.

Estoy convencido que esta historia no es nueva para usted. Si analiza concienzudamente su propia vida, descubrirá que esto mismo, o algo similar, le ha pasado también a usted. Nuestra vida está cargada con estas “aparentes” casualidades que nadie, hasta el momento, ha sabido explicar. ¿Seremos nosotros, y no un ente ajeno, el que le da sentido a nuestro mundo?

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