domingo, 10 de febrero de 2013

El edificio encantado

He aquí la interesantísima historia de otra de nuestras lectoras, que no dejará indiferente a quien la lea. Desde aquí, queremos agradecerle su deferencia y el trabajo empleado en la elaboración de su E-mail, y aprovechamos para seguir animando a aquellos que han pasado por situaciones similares a que nos cuenten su historia para que quede constancia de ello. Y ahora, sin más dilación, veamos qué nos cuenta nuestra amiga de Santiago de Chile.

“Después de leer una gran cantidad de vuestros relatos, me he atrevido, aunque con cierta dificultad, a relatarles nuestra pequeña historia real, de un hecho que ahora podría catalogar de “forteano”.

Lo mejor será comenzar desde el principio.

En el año 1996, llegamos a vivir al 4º piso de un moderno condominio en la comuna de San Miguel, en Santiago de Chile, mis tres hermanas, mis padres y yo. Durante nuestra estadía allí, fuimos testigos todos los miembros de mi familia, de la visión de sombras claras y otras veces oscuras, pasar raudas por todo nuestro departamento, sin saber a ciencia cierta de qué se trataba. Pensamos que eran tal vez los reflejos de los automóviles que pasaban por la calle y filtraban, incluso de día, la luz por los ventanales; pero no pasó mucho tiempo, hasta que mi hermana, la siguiente a mí (yo soy la mayor), nos contó que durante la noche, despertó de pronto, sin motivo aparente, y vio cruzar por la puerta de su dormitorio a un niño pequeño, el cual se la quedó observando por unos instantes, le sonrió y luego entró al baño de su dormitorio, a través de la puerta cerrada, desapareciendo. Y así dejamos pasar el asunto pues no sabíamos qué pensar.

Ella (mi hermana) es una mujer muy inteligente, auditora universitaria y nada dada a las fantasías.

Un par de años después me casé, tuve un hijo y con mi esposo nos cambiamos a vivir al 1º piso del mismo condominio, pues deseaba que mi madre cuidara de mi pequeño. Extrañamente, en cuanto nos mudamos, comenzamos a ver las mismas sombras cruzar raudas por todo el departamento, sólo que, en este departamento, los ventanales no daban a la calle si no que, por el contrario, se situaban frente al patio de dos residencias que tenían una altura bastante alta. Imposible, por tanto, que reflejaran cualquier tipo de luz. Una noche que mi esposo se encontraba fuera de la ciudad, me sentí bastante incómoda y me resultaba imposible conciliar el sueño. Comencé a tener una sensación de fiebre y a oír voces en mis oídos. Me asusté mucho; no sabía qué me sucedía. Las voces se burlaban de mí. No pude dormir. Estuve así hasta que mi esposo estuvo de vuelta; de hecho, no tuve ninguna enfermedad que justificara la desagradable sensación de aquella noche.

En realidad nunca estuvimos cómodos viviendo allí. Solíamos tener esas impresiones de incomodidad, peleábamos por todo, incluso se nos rompía todo tipo de objetos que se hacían trizas casi sin tocar. Por otro lado, desde que nos cambiamos, mi madre sufría constantemente del corazón y solía subirle la presión al punto que tuvimos que contratar un servicio médico que la atendiera de urgencia las 24 hrs. para estabilizarla. A veces la dejaban en el hospital. Fue una época bastante difícil.

Entonces, la noche de un jueves de mediados del año pasado, acostada con mi esposo y mi pequeño en la misma cama, apagué la luz y me dispuse a acomodarme de lado, como es mi costumbre, cuando vi parado, justo a mi lado, a un hombre que me cubrió la boca con la mano. Pensé que había entrado a robar. Aunque me horroricé, como mi temperamento es osado, me zafé de su mano y comencé a gritar. Mi esposo encendió la luz y trató de tranquilizarme; entonces me di cuenta que no había nadie allí. Me sentí avergonzada y muy confundida.

Exactamente una semana después, al jueves siguiente, sucedió lo más incomprensible. No había sido un buen día, y para variar, mi esposo y yo teníamos problemas y discutíamos por todo. Fue tanto que me acosté sumida en lágrimas y tristeza. Alrededor de las 10 de la noche, cuando yo ya me había tranquilizado, me levanté y fui hasta el living a buscar a mi pequeño, que estaba jugando con mi esposo, con el propósito de acostarlo pues ya era tarde para él. Fue en ese momento cuando, de súbito, apareció ante mí la figura de una pequeña de unos seis u ocho años de edad, que, saliendo de la puerta de la cocina, recorrió el pasillo hasta su final, donde está el baño, y desapareció. Esta pequeña avanzó caminando como uno más de nosotros, a vista y paciencia de mi esposo, de mi hijo y de mí, dejándonos atónitos. No sabría decir cuanto tiempo duró esta aparición; fue como un corte en el tiempo. La pequeña nos ignoraba, llevaba una enagüita blanca, transparente, y me dio la impresión de que estaba muy apenada. Seguramente nunca sabré el porqué.

Mi hijito entonces comenzó a llorar y no se detuvo hasta casi una hora después, {cuando lo subimos} al 4º piso, donde está mi madre, {y} logramos tranquilizarlo (los paréntesis son nuestros. El E-mail llegó incompleto en este punto pero suponemos que esto era lo que quería decirnos nuestra comunicante).

Al día siguiente, mi esposo y yo decidimos no hablarle a nadie al respecto, pues faltaba poco para que nos entregaran nuestra casa nueva y nos iríamos de allí. Por otro lado, ¿quien nos iba a creer? Seguramente la gente pensaría que estábamos mintiendo o que nos habíamos vuelto locos.

Por la condición médica de mi madre, mis hermanas decidieron comprar también una casa en el lugar donde yo iba. Tuve pesadillas constantemente con el hombre y la niñita. Cuando llegó el momento de la mudanza, en algún instante en que mi madre y mis hermanas me ayudaban, les conté lo sucedido. Entonces mi madre se atrevió a contarnos lo que ella había estado sufriendo. Nos contó que en su departamento pasaba por el pasillo una joven que también la miraba y le sonreía para luego desaparecer. En otro momento veía niños que le tocaban sus faldas como queriendo que los tomara. He ahí la razón de su debilitamiento y sus problemas de presión. Mis hermanas vieron, en más de una ocasión, niños con la misma actitud risueña y el mismo ritual de entrar al baño.

Explicación no tenemos. Llama la atención, en todo caso, la cantidad de personas que se mudan de ese edificio. La gente se muda a toda prisa. Desde que nos mudamos, en octubre del 2000, en nuestras nuevas casas no hemos tenido problemas hasta el día de hoy. No vemos sombras ni nada parecido. Afortunadamente llevamos una vida tranquila y pese a los problemas, mi esposo y yo no hemos vuelto a discutir nunca más como lo hacíamos en aquel departamento. Mi madre no ha ocupado los servicios médicos. Sólo me resta decir que esta es la legítima verdad; que estos hechos son verdaderos y que prometí a mi esposo no revelarlos jamás, pues es un ingeniero geomensor, alto ejecutivo de una empresa de topografía. Por eso no puedo colocar nuestros nombres. Espero comprendan, pero no podía perder tampoco la oportunidad de entregar al resto de las personas estos hechos. Sólo puedo decir que nosotros, sí creemos en los fantasmas.
Los felicito por su página Web, es muy interesante, y me ha ayudado bastante. Me siento más tranquila, ojalá les sirva mi relato”. Mari

Evidentemente, Mari, nos ha servido su relato y le reiteramos nuestro agradecimiento.

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