jueves, 3 de enero de 2013

Fantasmas de animales

Casi todas las regiones del Reino Unido poseen su propio y legendario perro negro, un presagio de la muerte dotado de ojos llameantes y de dientes amenazadores. Los galeses le llaman Gwyllgi, en la isla de Man se le conoce como Manthe; en Yorkshire le dicen Padfoot V se afirma que es tan grande como un asno, mientras que en Lancashire le llaman Trash o Shriker, el «negro perro de la muerte». En las islas Hébridas, el perro es blanco y se le conoce como Lamper; el West Country británico posee toda una manada de fantasmagóricos perros negros.

Pero el más terrorífico de todos quizá sea el sabueso tuerto que ronda por Anqlia Oriental, al que se llama Vaina Negra. Se dice que la temible bestia vaga durante las noches oscuras por los pantanos y marismas de la llanura, acechando para matar de miedo a los viajeros solitarios. Es mucha la gente que jura haber oído en noches de tormenta los aullidos de Vaina Neqra, que hielan la sangre.

Es posible que fuera Vaina Negra quien aterrorizó a un joven aviador norteamericano y a su mujer en los primeros años de la última Guerra Mundial. La pareja vivía en una cabaña, edificada en un sitio allto, al borde del Pantano Walberswick, en Suffolk. Una tarde de tormenta, la pareja oyó que alguien qolpeaba la puerta de entrada. Al mirar por la ventana, el aviador vio que una enorme bestia neqra arremetía, llena de furia, contra el refuqio. El joven matrimonio acumuló contra la puerta los muebles más pesados y se acurrucó, aterrorizado, en un rincón. La bestia golpeaba cada vez contra uno de los muros en un ataque continuado y feroz; luego saltó sobre el techo, tratando de penetrar en la cabaña. Después de algunas horas, el ataque disminuyó de intensidad y finalmente cesó por completo, pero la pareja no pudo dormir en toda la noche.

Con la primera luz del día, se aventuraron con cautela fuera de la vivienda para ver qué daños había causado el furioso animal. Pero no quedaba señal alguna del ataque ni en el barro aparecían huellas de patas o garras. Un perro de características similares -el Manthe o Moodv Man- acostumbraba rondar el castillo de Peel, en la isla de Man; los soldados de guardia se negaban a patrullar solos por las murallas. Por fanfarronear, uno de los centinelas se aventuró a patrullar en solitario: fue encontrado al día siguiente hablando incoherencias como un loco y mudó tres días más tarde.

En febrero de 1855, la población de Devon quedó desconcertada al descubrir ciertas huellas de animal en la nieve. Por la mañana temprano, los pobladores vieron una larqa hilera de huellas que zigzagueaban, a lo larqo de unos ciento sesenta kilómetros y a través de cinco parroquias. Las huellas aparecían qrabadas sobre tejados y alminares y sobre las paredes; entraban y salían de los establos y graneros. La senda trazada por las huellas comenzaba en un jardín de Totnes y terminaban en un prado de Littleham; los rastros fueron atribuidos a muchos tipos diferentes de animales. Cuando se utilizaron perros para seguir las huellas que se internaban en la densa maleza de Dawlish, los animales salieron dando lúgubres aullidos.

Los caballos, con o sin cabeza, aparecen en numerosos casos fantasmagóricos. En 1902, un inglés que estaba de caza en el Trasvaal, escribió desde Sudáfrica al periodista británico W. T. Stead, un conocido «coleccionista de fantasmas», para narrarle un caso. Cierto día, el inglés cabalgaba de regreso a su campamento, llevando en ancas de su caballo un hermoso ejemplar de avestruz. De pronto, al pasar por un denso bosquecillo, percibió que había alguien tras él. Al volverse, vio a un fantasmal jinete montado en un caballo blanco. El inglés se lanzó al galope hacia el campamento, entablando así una reñida carrera con el sobrenatural jinete. Esa misma noche, un viejo boer contó al inglés que otro de sus compatriotas había matado a tiros a siete elefantes en el bosquecillo, pero cuando se internó en él para recoger el marfil, desapareció para siempre. El caballo del cazador había regresado al campamento sin su jinete y murió al día siguiente. El viejo boer agregó: «Yo no iría a ese monte ni por todo el marfil del país»

Un fantasmagórico tigre blanco le costó muy caro a un superintendente del ferrocarril indio, en los primeros años de este siglo. Charles Da Silva, su mujer y su hijo, Eric, vivían en Seconee, India; un día, Da Silva se negó a prestar la ayuda que le suplicaba un viejo cieqo y leproso, y observó cómo el indefenso anciano era destrozado hasta la muerte por un tigre blanco. Antes de morir, el leproso maldijo a Da Silva con esta frase: «Que también tú sufras mi destino.» Cuando el superintendente de ferrocarriles confesó a uno de sus sirvientes lo que le había ocurrido, éste le advirtió que tuviese mucho cuidado con la maldición del leproso ciego.

Un año más tarde, Da Silva volvió a ver al tiqre blanco: estaba parado en medio de la vía férrea. El hombre advirtió, con horror, que el animal se aprestaba a saltar sobre su esposa y su hijo. Atinó a disparar su rifle en el mismo momento en que el tigre espectral saltaba; entonces el animal desapareció.

Pero ya era demasiado tarde: uno de los sirvientes de Da Silva Vacía en el suelo muerto por el miedo. Y el hijo de Da Silva tenía, en una mejilla, un rasguño Que un mes después lo llevó a la muerte.

Javier Lafuente

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