viernes, 11 de enero de 2013

Los ataudes que se movían solos

“La isla de Oesel, que cierra la entrada del golfo de Riga, en el Báltico, es conocida sobre todo por la calidad de su whisky, que puede competir con los mejores whiskies escoceses e irlandeses, y por la estremecedora danza de los ataúdes del cementerio de Arensburg, única ciudad de la isla.

Esto empezó el día 22 de junio de 1844, cuando una dama de la ciudad ató su caballo a una verja del cementerio, cerca de la capillita y del panteón de la familia Buxhoewden. Cuando volvía de depositar flores en la tumba de un pariente, halló a su caballo en tal estado de pánico que no pudo partir. Tuvo que solicitar los servicios del veterinario, que sangró al pobre animal para calmarle.

El domingo siguiente, varias personas que habían dejado sus carruajes y sus caballos en las proximidades del mismo panteón, a fin de asistir al servicio religioso en la pequeña iglesia vecina, se sorprendieron al hallar a sus bestias temblorosas o agitadas y locas de miedo.

Entonces los lugareños, que habían tenido ocasión de pasar frecuentemente por aquel lugar, hablaron de ruidos extraños que oían a veces y que parecían provenir del panteón de los Buxhoewden. Los jefes de la familia Buxhoewden se encogieron de hombros y sonrieron pero, como los incidentes se repitieron, decidieron hacer abrir el panteón, aunque no fuera más que para calmar los ánimos.

Una sorpresa les esperaba. Todos los ataúdes de la familia estaban amontonados en el centro del panteón. Los examinaron y los situaron de nuevo en los distintos nichos; ninguno tenía apariencia de haber sido abierto. Luego la puerta fue cuidadosamente cerrada y diversos sellos de plomo situados en distintos lugares. Volvió la calma... hasta el tercer domingo de julio, cuando once caballos atados a las proximidades del panteón fueron presa del pánico. Algunos lograron romper su ronzal y huir, tropezando con otros carruajes, rompiendo ruedas, etc., mientras que otros caían debatiéndose. Tres de los caballos murieron casi instantáneamente.

Descontentos y preocupados, los feligreses presentaron una demanda, pidiendo, al menos, la apertura de una investigación y... también la del famoso panteón. La familia Buxhoewden no quiso saber nada, pero al cabo de unos días, perdió a uno de sus miembros. Para los funerales, fue preciso abrir la tumba. Esta vez había numerosos testigos... listos para echar a correr. Hicieron saltar los sellos y la puerta cerrada con llave fue abierta. De nuevo, todos los ataúdes estaban en el centro del panteón, amontonados esta vez uno sobre otro y alguno de ellos incluso al revés. Alguien -o alguna cosa- los había hecho salir de sus nichos y bailar literalmente antes de tirarlos amontonados al centro del panteón.

Perpleja, la familia depositó en un nicho vacío al fallecido, puso los restantes ataúdes en su lugar, y de nuevo cerró cuidadosamente el panteón, poniendo otros sellos. Constituyeron un consejo de familia, y, para poner fin a las intrigas, a las acusaciones que corrían de boca en boca, decidieron pedir que se iniciara una investigación oficial.

El barón de Guldenstubbe, presidente de la asociación religiosa local, se presentó con los hijos mayores de la familia Buxhoewden en el cementerio donde, tras haber constatado que la puerta del panteón estaba intacta y los sellos no habían sido tocados, la hizo abrir. Esto ocurría sólo tres días después de los funerales. Pues bien, todos los ataúdes, incluido el del recién fallecido, estaban de nuevo amontonados en el centro del panteón. El barón de Guldenstubbe mandó ponerlo todo en orden, cerrar y sellar de nuevo la tumba. Hizo poner un guarda ante el panteón y se marchó para solicitar al obispo y a dos médicos de la localidad que participaran con él en la investigación.

No pudieron reunirse el mismo día pero, al siguiente, de nuevo abrieron el panteón. Una vez más, todo estaba en completo desorden. Únicamente tres ataúdes, el de una vieja abuela y los de dos niños, estaban, esta vez, en sus nichos.

A pesar de que las cajas estaban intactas, a petición de la misma familia, se abrieron algunas de ellas. Los médicos pudieron comprobar que los cadáveres no habían sido tocados y que aquellos que habían sido metidos en la caja con joyas las conservaban todavía.

Pensando que los locos o los bárbaros responsables habrían encontrado otra entrada para penetrar en el panteón, los Buxhoewden hicieron venir a unos obreros para hundir el suelo, y sondar las paredes. No hallaron absolutamente nada. Una vez puesto todo en orden, el barón de Guldenstubbe hizo poner en todas partes una fina capa de ceniza de madera y cerró y selló la puerta. En el exterior y todo alrededor, hizo esparcir una capa semejante de ceniza de madera. Después de lo cual hizo colocar una guardia armada durante setenta y dos horas. Cuando tres días después volvieron los miembros de la comisión, los guardas afirmaron no haber visto ni oído nada extraño. Alrededor del panteón, no había ninguna señal en ]a ceniza y los sellos estaban intactos. Abrieron.

Esta vez, todos los ataúdes estaban colocados de pie, cabeza abajo, en el fondo del panteón.

Tras una larga deliberación, la comisión de encuesta propuso que se trasladaran los ataúdes a otro lugar, lo que se hizo inmediatamente. El panteón fue demolido y reinó el orden en Arensburg.

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