Una amable lectora, nos remitió, no hace mucho tiempo, una historia ciertamente a tener en cuenta. Aunque bien es verdad que no forma parte de lo estrictamente forteano, si creemos que merece ser revisado y atendido, ocupando un pequeño hueco en nuestra sección. Su testimonio está lo suficiente bien hilado como para que lo reproduzcamos total e íntegramente, tal y como ella no lo contó. Ariadna Sánchez, es el nombre de nuestra testigo e informante, y vive en Panamá. Veamos pues, qué es lo que nos cuenta: "Cuando fui a dar a luz, le ofrecí mi hijo a San Miguel Arcángel, a cambio de que siempre me lo cuidara y protegiera, ya que tuve un poco de complicación en mi parto, aunque en comparación con otros no fue nada especial.
En fin, dada la magnitud de mi ofrecimiento y lo devota que soy del Arcángel Miguel, le puse como nombre David Miguel. Haciendo los preparativos para su bautizo tuve que trasladarme desde Colón, donde vivo, hacia la ciudad de Panamá en varias ocasiones. Esa distancia toma de un lugar a otro, aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos. En ese entonces David tenia 8 meses; nunca olvidaré lo que nos pudo hacer pasado. Conducía de vuelta para la ciudad de Colón un sábado en la tarde. Iba con mi comadre de copiloto, y mi bebé iba atrás. Paramos en un restaurante de comida rápida, ya que a mi bebé le gustan las papas con salsa de tomate.
Como el viaje por carretera era relativamente largo, nos acomodamos bien. Avanzado unos kilómetros, el bebé se durmió, como siempre cada vez que se monta en el carro, y actualmente con dos años todavía lo hace. De repente se levantó llorando; lloraba sin parar; ya le habíamos dado de todo para que se calmara, sin embargo seguía llorando, y yo ya no sabía que hacer. Me puse nerviosa porque él nunca había tenido esa reacción, y pensé que tenía algún malestar. Detuve el auto a la orilla de la carretera, me pasaron algunos autos pero no le di importancia, pensé regresarme a la ciudad para llevarlo al médico a ver que tenía, pero curiosamente después que detuve el auto, él dejó de llorar y repentinamente se durmió. Me detuve por 3 ó 5 minutos. Luego encendí el auto y seguí camino a casa. Si no hubiese detenido el auto difícilmente estuviera contando esta historia. Kilómetros más adelante, observé una gran cantidad de humo y pensé por un momento que se trataba de neblina, o quien sabe qué. Me di cuenta que los autos que me habían pasado atrás, cuando me detuve por el llanto de mi hijo, eran exactamente los mismos que estaban parados delante de mí y cuando los conté, eran tres. Cuando pregunté qué sucedía, por qué se detenían y de dónde salía tanto humo, un señor se acercó a mí y me dijo: -Tienes un bebé ahí dentro, mejor no te bajes a ver lo que pasó. Alarmada me bajé y me fui acercando. El humo se desvanecía en el aire, cuando pude ver lo que pasaba.
Quede aterrorizada; una mula (camiones que acarrean contenedores), había colisionado contra otro vehículo. La mula quedó en pedazos por todo el pavimento, el conductor estaba en el suelo con el cráneo destrozado y le faltaban algunas extremidades. Quedó instantáneamente muerto. El otro vehículo quedó vía contraria y dentro se encontraba una familia completa; papá, mamá, dos niños y un niña. Esta última fue la única que se salvó, el resto, lamentablemente, murió. Mi impresión fue tal, que cuando entré al auto y vi como mi bebé seguía durmiendo, me puse a llorar y le di gracias a mi ángel por salvarnos la vida. Si mi auto hubiese estado delante de los tres que me pasaron, seguramente estuviéramos ahora muertos, mi comadre, mi bebé y yo. Gracias a esta experiencia, supe que él siempre nos está protegiendo". Dicen que las casualidades no existen. ¿Nos podría servir este caso como prueba?
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