He aquí una historia verdaderamente extraña, ocurrida en Francia, a principios del siglo XVII. La historia es recogida por primera vez en un opúsculo aparecido en París en 1620, con el título “La Visión Publique d´un Horrible et Trés-Epouvantable Démon sur L´Église Cathédrale de Quimpercorentin en Bretagne”.
El suceso, aconteció el 1.º de febrero de 1620 en la catedral francesa de Quimpercorentin. Serían las siete o las ocho de la tarde, cuando sobre el techo de dicha catedral, un terrible rayo impactó en su cúspide, que a la sazón tenía forma de pirámide y estaba recubierta de plomo, haciendo que se incendiara y explosionara con un fuerte estallido. El techo se derrumbó estrepitosamente y toda la gente del pueblo acudió a ver lo que ocurría e intentar apagar el fuego. Pero lo que vieron les dejó petrificados en el sitio. Entre el humo y el fuego vieron con toda claridad a un demonio de color verde, con una cola larga, avivando el fuego entre las llamas. El demonio, que fue visto por todos sin excepción, cambiaba su color del verde al amarillo o el azul.
Las autoridades, tan perplejas como el resto, arrojaron a las llamas, cada vez más ávidas, una gran cantidad de Agni Dei. Alrededor de ciento cincuenta cubos de agua, y cincuenta carretillas de estiércol. No obstante, el fuego seguía ardiendo más voraz y el demonio que lo azuzaba continuaba su labor incendiaria como si nada ocurriera. Por fin, las autoridades tomaron medidas desesperadas y recurrieron a lo que pensaron, podría ser la última argucia que podría acabar con ese demonio. Se introdujo una ostia consagrada en una hogaza de pan, y se lanzó a las llamas. Luego, se mezcló agua bendita en leche, y entregándosela a una mujer que se sabía poseía una conducta piadosa e intachable, se acercó al demonio y a las llamas y comenzó a rociarlos con el líquido bendito. La treta pareció funcionar y el infernal visitante salió huyendo hacia el oscuro cielo, al tiempo que emitía unos aterradores aullidos.
Esta historia, desde luego, increíble de imaginar, podrá parecerle a más de un lector, un producto clásico de la demencia religiosa de aquellos tiempos. Sin embargo, yo mismo he podido comprobar que, contrario a esta idea, los antiguos describían lo que realmente veían; es posible que la imagen de lo visto se asociara de inmediato al diablo y no a otra cosa debido a la presión eclesiástica, pero si esas personas detallaron que el ser poseía esas características, es porque realmente era así. ¿Un diablo entre nosotros? ¿Un extraterrestre? ¿Un elemental? Fuera lo que fuere, nos encontramos ante un hecho forteano.
La historia fue reeditada en 1751 por Lengle-Dupresnoy con el título “Recueil de Dissertations sur les Aparitions” en el V. I, P, 109. Leloup-Paris. Posteriormente recogido por L. Gabriel Robinet en su libro “Le diable, sa vie, son oeuvres”. Lugdunum: 1944. Y finalmente por Jacques Vallee en su libro “Passport to Magonia” 1976. editorial PyJ.
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