Verano de 1965. Este de la isla de Sajalín. Los miembros de la tripulación de un mercante japonés, navegan placidamente por sus aguas, cuando, poco antes de llegar a la costa, comienzan a oír unos potentes retumbos que perduran hasta que llegan a su destino. Las detonaciones son similares a cañonazos y los navegantes piensan puede tratarse de maniobras navales realizadas en las cercanías por los soviéticos. Pero ningún barco se cruza con ellos y el lugar donde creen proceden los disparos, está solamente ocupado por las serenas ondulaciones del mar.
-Debe tratarse de algún nuevo tipo de avión superando la barrea del sonido-razonó para sí mismo el capitán, y para los demás.
Dos meses después, el mismo barco navega por las costas occidentales de la isla Hokkaido y la oriental de Siberia, y las detonaciones vuelven a producirse sin que nadie de la tripulación consiga averiguar su procedencia. El capitán, amoscado, decide confirmar su teoría de los aviones, y le pregunta a un amigo suyo, oficial de la Marina Soviética de Vladivostock, lo que él piensa al respecto. El oficial niega sean aviones o bombas y le invita a que le acompañé a las orillas del lago Janka, en la frontera china. Ambos hombres se encuentran de permiso, y el marino japonés acepta la invitación.
-No pienses que niego sean aviones o bombas porque se trate de algún secreto militar –le dijo el oficial soviético a su amigo, una vez en el lugar-. Pero, ¡chitón!.. Ahí los tienes.
El marino nipón no tuvo que forzar su oído, pues de inmediato se volvieron a producir las explosiones que él ya comenzaba a conocer.
-No creas que no sabemos de estas detonaciones –le siguió explicando su amigo soviético-; sin embargo desconocemos totalmente su origen. La verdad es que no se trata de ningún avión ni aparato, a no ser, eso sí, que se trate de platillos volantes.
No contento con el testimonio de su amigo, el cual no sabía si bromeaba, nuestro marino japonés decidió investigar por su cuenta el fenómeno y de este modo se encontró con varias declaraciones, divergentes entre sí, pero coincidentes en cuanto a que ninguno sabía qué podrían ser.
-En efecto, este fenómeno no es nuevo –le dijo uno de ellos-, existen incluso antes de que inventaran los reactores; ni los científicos saben lo que es. Te diré que incluso el Ministerio británico de Defensa comenzó una investigación, pero tuvieron que desistir porque sabían que no iban a llegar a ninguna parte.
-Se trata, posiblemente, de un fenómeno natural –le dijo un especialista-. Pero no sabemos si hay que localizarlo en el aire, en tierra o en el mar.
A este fenómeno se le ha denominado científicamente como “cañones invisibles” o “cañones de Barisal” (nombre procedente de una aldea próxima al Ganges). Nadie a averiguado jamás su origen y muchos han sido los que, a lo largo de la historia, han descrito tan singular y misterioso ruido. Viajeros ingleses en las lagunas indias de Sundarbans; los coroneles Godwin Austen y H. S. Olcott, en Bután (1865) y Barisal, Chilmari y Brahmaputra (1895), respectivamente; y Charles Sturt, en Australia, en el misma expedición que le llevó a descubrir los ríos Darlin y Murria en 1828-1829; sólo por mencionar a algunos.
Este misterio, que se origina en muchos lugares del planeta, es conocido también como “el tambor de la arena”, por producirse en zonas totalmente desérticas.
Marco Polo, en su “Libro de las Maravillas”, dice haberlos oído estando en el desierto del Gobi. El ruido era persistente y molesto y comenzó a sentirse mal. Cuando preguntó a los lugareños qué era aquello, estos le contestaron que eran los espíritus de la tierra hablando en su misterioso lenguaje. Le dijeron, que a no ser que fuera un brujo, jamás sabría interpretarlo. Esa era su manera de anunciar el futuro y que “hablaban a las estrellas”. El hombre no debía escucharlo demasiado tiempo pues estos hacían enloquecer.
También Charles Darwin fue testigo de un hecho similar en su viaje a Chile. Las explicaciones recibidas por los nativos, fue exactamente la misma que la de Marco Polo.
Ciertas franjas del desierto del Sahara hacen sonar también sus “tambores” casi a diario. Las playas son otro de los lugares donde estos sonidos hacen su aparición.
En Hawai, el ruido se diferencia de las demás pues no se trata exactamente de un tamborileo, sino mas bien de un matraca repiqueteando a gran velocidad o de un silbido persistente, que aparece y desaparece.
En los desiertos de Kalahari, en Sudáfrica, los indígenas le rinden tributo desde hace mucho tiempo, con técnicas rituales. El doctor A. D. Lewis, pudo comprobarlo por sí mismo en 1935.
El sur de Egipto, el tambor de la arena se produce de forma natural y periódica. El físico R. A. Bagnold, vivió este fenómeno de forma notabilísima:
“Sucede sin que uno se lo espere. En una noche tranquila. Primero oí un zumbido tan sordo e intenso que tenía que gritar para que me oyeran mis compañeros. Pronto otras fuentes sonoras, de procedencia indiscernible, unieron sus acordes al concierto inicial. Y poco a poco se creó una especie de armonía, desagradable y mareante a la vez, punteada por un pequeño redoble de tambor, de una regularidad de ritmo asombrosa. Ese extraño coro duró por lo menos cinco minutos. Después, durante algunos segundos, se oyó sólo el tambor. Y por último, de golpe, cesó toda confusión de ruidos y nos preguntamos si no habíamos sido víctimas de una alucinación.”
Fuera lo que fueren estos ruidos, explosiones y tamborileos, lo cierto es que se vienen escuchando desde tiempo inmemoriales y cualquier lugar del planeta. ¿Demonios? ¿Ovnis? ¿Espíritus? ¿Caprichos de la madre naturaleza? Quien sabe. Lo único cierto, es que de momento sólo pueden pertenecer a la esfera de lo forteano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario