Una de nuestras amables lectoras, acaba de remitirnos esta interesante historia. Es muy posible que no se trate exactamente de un hecho real, en su sentido estricto, sino más bien una leyenda o una de esas historias, cuyo contenido real, ha sido ligeramente edulcorado con el paso de los años. No obstante esto, nuestra lectora afirma que es auténtica, y en virtud de su interés intrínseco, la añadiremos a nuestra sección.
Muchas gracias, Martha.
He ahí lo que se cuenta:
Les mando este relato que leí esperando que les guste. Felicidades por su página.
La historia es verídica y sucedió en Jeréz de García Salinas, Zacatecas, hace ya varios años.
Hubo un entierro en el Panteón de Dolores, en el año 1882. Entonces era el único en toda la ciudad, y entre los asistentes a dicho sepelio se encontraba un señor de esos que siempre tratan de caer bien, sin saber que la mayoría de las veces son bastante desagradables sus comentarios. Y en esa ocasión no fue la excepción.
Al salir del cementerio se encontró con una calavera tirada en el suelo. En aquellos tiempos no era raro encontrar osamentas, sepulturas abiertas, etc., y el señor le dio un puntapié diciendo: “Esta noche te espero a cenar”. Se rió de su hazaña con la calavera y prosiguió sus labores cotidianas.
Al regresar de su trabajo, el hombre no recordaba el suceso de la mañana. Entró a su casa donde su esposa le esperaba con una sopa y tortilla para merendar.
Apenas se sentó en la mesa a comer, cuando en la puerta se oyó unos golpecitos. La señora fue abrir y ahí estaba un hombre delgado, vestido elegantemente, que le dijo que venía a cenar ya que su esposo le había invitado esa misma mañana. La mujer hizo pasar a aquel desconocido y al preguntarle a su marido de quién se trataba, no pudo contener su miedo. Al fin, aquel hombre se sentó y le fue servido un plato de sopa. No probó bocado. El burlón no podía creer lo que veía.
Cuando el invitado se disponía a retirarse, le dijo al anfitrión: “Ahora yo te invito a cenar a mi casa mañana... tú ya sabes dónde vivo”. Y se fue. El hombre no sabía qué hacer, estaba asustadísimo.
Fue al cura del pueblo y le explicó lo sucedido. El cura lo reprendió por su burla y le dijo que tenía que ir, de lo contrario el muerto vendría por él para llevarlo a su morada.
El cura le dijo que lo que debía hacer era llevar consigo a un niño de menos de 4 meses de edad hasta el panteón. Si el niño lloraba sin motivo antes de llegar a la sepultura de aquel hombre, se salvaría, de lo contrario, la muerte era su destino.
Por la noche, los vecinos del pueblo, junto al sacerdote, acompañaron al hombre hasta la puerta del camposanto. Allí le dieron a un niño en brazos y una antorcha.
Caminaba aquel hombre por debajo de los mezquites que silbaban con el viento, dándole a aquel lugar un aspecto espeluznante.
El niño no lloraba, ni gemía siquiera.
El hombre lo sacudió un poco para provocar un grito, pero la criatura parecía no estar incómoda.
El hombre ya sentía que su fin estaba cerca al ver la tumba indicada. Había una luz tenue proveniente del interior de la sepultura.
Casi al estar a tres pasos de la tumba, el niño lloró y el hombre salió corriendo cuál si alguien le persiguiera... y se libró esa noche de la muerte.
Dos días después, el hombre falleció de un ataque cardiaco provocado por aquella impresión.
Gracias. Martha de Jesús Flores.
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