Colombia. De un momento a otro comenzó a reírse. Era como con una risa nerviosa. Luego lanzó gritos desgarradores y desesperados, para caer en medio de convulsiones y perder el conocimiento.
La escena fue protagonizada por María Camila, estudiante del colegio José María Córdoba, en Durania, que sirve de escenario a una ‘crónica de lo desconocido’, pues abundan los desmayos, las carcajadas y las desgarradoras griterías.
“A mi hija le comenzó con un dolor de cabeza, no reacciona a estímulos y después se desmaya”, cuenta una de las madres.
Aterrados y preocupados, los padres de familia le exigieron al rector Félix Francisco Lizcano buscar una solución urgente al episodio que ha afectado a varias alumnas.
Para dar una explicación, las autoridades del municipio se congregaron en el coliseo del plantel. A las 6:30 de la mañana, los niños entraban a sus salones y los padres iban al encuentro.
Las graderías se llenaron. Alrededor de 130 personas acudieron a la cita. La palabra la tomó el sacerdote del pueblo, José Alberto Villamizar, quien comenzó con una oración.
Frente a los padres, como si fueran a ser juzgados, se sentaron el cura, el alcalde José del Carmen Pérez, el comandante de policía. Se esperaba contar con la presencia del médico para tener una versión científica del acontecimiento, pero nunca llegó.
Una profesora empezó a hablar diciendo que “en Durania no hay familias completas, ni familias modelo”. Cuando hablaba de un presunto fondo sicológico en esos eventos, el público estalló en barullo.
Las autoridades repartieron unos folletos en los que intentaron dar una explicación. El documento contenía información médica redactada en términos científicos que describían los síntomas de las víctimas, pero ningún motivo preciso ni claro.
Mientras los ánimos comenzaban a caldearse, atrás, en los salones, otro episodio inexplicable sucedía en los pasillos del establecimiento educativo. En este caso sería Geraldín la afectada, quien fue llevada de inmediato al hospital.
¿Ataque diabólico?
“Estaba tranquila y comenzó a reírse y a gritar muy duro, me agarró de la camisa, casi me la daña”, relata uno de sus compañeros mientras muestra la prenda de vestir.
Una madre no aguanta e interrumpe citando un versículo de la Biblia: “Sed sobrios y vigilantes porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar” (Pedro 5, 8).
El sacerdote, líder espiritual de los católicos del pueblo, le responde que no se trata de un problema demoniaco. “El arzobispo antes de ser cura fue médico, y les aseguro que no son casos de posesión diabólica”, responde.
Argumenta que cuando los demonios atacan, las personas presentan síntomas como reacción agresiva al agua bendita, a la presencia de un sacerdote o a los santos óleos. Según él, en ninguno de los casos ocurridos en el colegio duranense ha ocurrido eso.
Una progenitora le contradice, y asegura que en el momento que su hija vio al padre, reaccionó violentamente con gritos y burlas.
El sacerdote, sin más argumentos, atribuye todo a la llamada histeria colectiva. “Entre mas cabida se le dé a los temas paranormales, es peor. Se trata de un tema siquiátrico”, subrayó.
Histeria colectiva
Según la ciencia médica, la histeria colectiva, o trastorno de conversión, puede presentar síntomas como movimientos sin control o arrebatos verbales, problemas que van desde la debilidad o la parálisis hasta la pérdida de la visión o del oído.
Ante esto el alcalde, José del Carmen Pérez, les dice a los angustiados familiares que se comunicó con la Universidad Antonio Nariño para llevar un sicólogo al pueblo para ayudar a tratar el ‘delirante asunto’. Sin embargo, deberán esperar hasta el 21 de marzo.
Aun así, el público en la gradería parece inquieto. No parece conforme con las explicaciones de los funcionarios terrenales y de los representantes religiosos que piden calma y paciencia ante todo. “Esta situación es nueva para todos” pidió el rector del colegio, Félix Lizcano.
Ojo a la música
El sacerdote retoma la palabra, parece no rendirse para convencer a todos de no dar explicaciones sobrenaturales. “Hay que tener cuidado con la música que escuchan los jóvenes y con sus amistades”, asegura.
Desde la gradería, otra madre habla, y cuenta la efectividad que tuvo en su hija el haber sido exorcizada por el cura Pedro Alejandrino Botello, párroco de la capilla Virgen de Torcoroma, en Cúcuta.
“Cuando entramos, mi hija estaba normal, pero cuando comenzó el padre José Botello a orar, comenzó a cambiar y a hablar en lenguas desconocidas”, asegura.
El susurro de convirtió en voces altas, todos aprueban y exigen que sea este cura el que dé solución al mal sin explicación que atormenta a sus hijas.
“El padre Botello pertenece a la Diócesis de Cúcuta y nosotros a la de Pamplona, así que no puede venir sin permiso”, responde el padre del pueblo.
Parece que el mal, sin explicaciones, que afecta solo a las jóvenes de los grados 10 y 11, tiene la ventaja ante una solución truncada por la burocracia y los límites de jurisdicción.
En medio de la discusión, un nuevo actor aparece, José Prada, quien le da la razón a los padres preocupados, “esto no es un problema psicológico, es paranormal”, luego, extendería la invitación a una jornada de sanación con un pastor que llegará desde San Andrés para curar sus males.
“No aprovechemos para hacer proselitismo religioso. Pescar en río revuelto es deshonesto”, respondió el padre José Alberto Villamizar.
El sacerdote sale de la reunión, pero en unos momentos vuelve con una noticia: El arzobispo de Pamplona dio el aval al tan buscado padre Botello, el único autorizado por la diócesis para realizar exorcismos, para que lo haga en Durania.
La tranquilidad no es completa, parece que la promesa de los exorcismos no basta, y los padres amenazan con retirar a sus hijos del colegio si este fenómeno se sigue presentando.
Al terminar la reunión, varios profesores hacen cuentas de las ausencias de estudiantes que tiene cada uno. Al parecer son muchos, algunos cuentan hasta 15.
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