jueves, 31 de enero de 2013
El misterioso cuadro
En Puerto Rico, existe un antiguo fuerte colonial español, llamado San Cristóbal, en cuyo interior podemos encontrar varias cisternas de agua dulce cuya longitud es tan extensa, que para visitarlas es necesario hacer uso de una barca. Estas cisternas están siempre repletas de agua, pero como a nadie les interesa ya, se encuentran ahora sin iluminación ni medio de transporte con las cuales poder entrar a verlas. Es aquí, en este fuerte de San Cristóbal, donde arranca la historia que pasamos a relatar a continuación.
El periodista norteamericano, C. B. Colby, en un artículo publicado en los años 70, nos cuenta la historia de un rico puertorriqueño que por aquellas fechas quiso organizar una excursión, junto a un amigo suyo, a los viejos tanques de agua de San Cristóbal. Para ello, se hizo acompañar de una barca de su propiedad y ambos amigos se introdujeron en los subterráneos del fuerte.
Al poco de permanecer en el lugar, los dos hombres descubrieron en una de las salas que se estaban por encima del nivel del agua, un extraño cuadro, de considerable antigüedad, que representaba una escena religiosa. Los descubridores recogieron el cuadro, que olía a moho, y se lo llevaron de allí, intrigados por su hallazgo.
Colby, nos dice que el rico puertorriqueño consideró oportuno colocarle un marco y que un especialista lo examinara para datar su fecha y su valor; no obstante, hasta que esto se llevara a efecto, decidió colgarlo en el gran vestíbulo de su villa, cerca del mar.
Para la esposa del “descubridor”, aquel cuadro no era más que un nido de polvo que lo único que conseguiría era atraer a los insectos; además de que no cesaba de quejarse de su olor.
Transcurridos dos días, el cuadro desapareció. El puertorriqueño pensó que quizás su mujer lo había trasladado a otro lugar, pero ésta le dijo que no era así y que incluso había pensado que había sido él el que lo había hecho mandar a la ciudad. Durante todo un día, ni uno ni otro supieron qué había sido del cuadro. El hombre avisó también a su amigo y éste le adujo que no sabía nada de la pintura. Con esto, y llenos de curiosidad, los dos hombres decidieron regresar al fuerte para ver si, por casualidad, “alguien” lo había podido devolver a su lugar de origen, en el fuerte de San Cristóbal.
Para su sorpresa, los dos amigos encontraron el cuadro en la cisterna bajo tierra, en el mismo lugar en el que lo habían hallado la primera vez. Nadie había cogido su barca, por lo menos no había ninguna señal de huellas, y decidieron dejar allí la pintura por miedo a una supuesta maldición.
Nadie sabe cómo fue a parar allí, de nuevo, el misterioso cuadro y suponemos que nunca lo sabremos. Según he podido oír por ahí, el cuadro podría estar todavía allí. Si alguno de nuestros apreciados lectores de Puerto Rico conoce esta historia, le agradeceríamos infinitamente que nos informara sobre el particular, caso de que supiera de esta historia.
El periodista norteamericano, C. B. Colby, en un artículo publicado en los años 70, nos cuenta la historia de un rico puertorriqueño que por aquellas fechas quiso organizar una excursión, junto a un amigo suyo, a los viejos tanques de agua de San Cristóbal. Para ello, se hizo acompañar de una barca de su propiedad y ambos amigos se introdujeron en los subterráneos del fuerte.
Al poco de permanecer en el lugar, los dos hombres descubrieron en una de las salas que se estaban por encima del nivel del agua, un extraño cuadro, de considerable antigüedad, que representaba una escena religiosa. Los descubridores recogieron el cuadro, que olía a moho, y se lo llevaron de allí, intrigados por su hallazgo.
Colby, nos dice que el rico puertorriqueño consideró oportuno colocarle un marco y que un especialista lo examinara para datar su fecha y su valor; no obstante, hasta que esto se llevara a efecto, decidió colgarlo en el gran vestíbulo de su villa, cerca del mar.
Para la esposa del “descubridor”, aquel cuadro no era más que un nido de polvo que lo único que conseguiría era atraer a los insectos; además de que no cesaba de quejarse de su olor.
Transcurridos dos días, el cuadro desapareció. El puertorriqueño pensó que quizás su mujer lo había trasladado a otro lugar, pero ésta le dijo que no era así y que incluso había pensado que había sido él el que lo había hecho mandar a la ciudad. Durante todo un día, ni uno ni otro supieron qué había sido del cuadro. El hombre avisó también a su amigo y éste le adujo que no sabía nada de la pintura. Con esto, y llenos de curiosidad, los dos hombres decidieron regresar al fuerte para ver si, por casualidad, “alguien” lo había podido devolver a su lugar de origen, en el fuerte de San Cristóbal.
Para su sorpresa, los dos amigos encontraron el cuadro en la cisterna bajo tierra, en el mismo lugar en el que lo habían hallado la primera vez. Nadie había cogido su barca, por lo menos no había ninguna señal de huellas, y decidieron dejar allí la pintura por miedo a una supuesta maldición.
Nadie sabe cómo fue a parar allí, de nuevo, el misterioso cuadro y suponemos que nunca lo sabremos. Según he podido oír por ahí, el cuadro podría estar todavía allí. Si alguno de nuestros apreciados lectores de Puerto Rico conoce esta historia, le agradeceríamos infinitamente que nos informara sobre el particular, caso de que supiera de esta historia.
miércoles, 30 de enero de 2013
La cosa
La noche del 26 de septiembre de 1950, el oficial de policía John Collins, y su ayudante, Joe Keenan, patrullaban por los alrededores de Filadelfia (EEUU), cuando vieron descender lentamente, a la luz de los faros del coche, una masa informe, blanquecina y temblorosa, que fue a posarse en el suelo.
Los dos hombres detuvieron el coche, y penetraron, linterna en mano, en el terreno baldío donde debía encontrarse aquella cosa. Al poco lo encontraron, y esta es la descripción que hicieron de ella: era una masa circular de cerca de dos metros de diámetro, espesa, de unos treinta centímetros alrededor del centro y unos cinco o seis centímetros en el borde.
La extraña cosa era de color rojo y temblaba como si estuviera viva. Cuando los policías apagaron las linternas, observaron que la extraña masa despedía una leve luz rojiza. Los dos hombres, un tanto atemorizados, decidieron regresar al coche y avisar por radio a sus colegas, para que vinieran a ver lo que acababan de descubrir.
A los pocos minutos, el sargento Joe Cook y el agente James Cooper, llegaron al lugar donde les esperaban sus compañeros, y los cuatro volvieron al lugar en la que estaba la curiosa cosa. Tras unos instantes, en que únicamente podían mirarla sin saber qué pensar, el sargento decidió que se la recogiera y se la llevaran a analizar. Collins fue el encargado de hacerlo, pero la masa de deshacía en su mano, dejándole una sensación de grasa entre los dedos. En apenas media hora, la masa toda se fue desintegrando, evaporándose para siempre.
Nunca se supo que pudo ser aquello, pero una cosa quedó claro para los cuatro policías, esa masa caída del cielo, había tenido vida.
Los dos hombres detuvieron el coche, y penetraron, linterna en mano, en el terreno baldío donde debía encontrarse aquella cosa. Al poco lo encontraron, y esta es la descripción que hicieron de ella: era una masa circular de cerca de dos metros de diámetro, espesa, de unos treinta centímetros alrededor del centro y unos cinco o seis centímetros en el borde.
La extraña cosa era de color rojo y temblaba como si estuviera viva. Cuando los policías apagaron las linternas, observaron que la extraña masa despedía una leve luz rojiza. Los dos hombres, un tanto atemorizados, decidieron regresar al coche y avisar por radio a sus colegas, para que vinieran a ver lo que acababan de descubrir.
A los pocos minutos, el sargento Joe Cook y el agente James Cooper, llegaron al lugar donde les esperaban sus compañeros, y los cuatro volvieron al lugar en la que estaba la curiosa cosa. Tras unos instantes, en que únicamente podían mirarla sin saber qué pensar, el sargento decidió que se la recogiera y se la llevaran a analizar. Collins fue el encargado de hacerlo, pero la masa de deshacía en su mano, dejándole una sensación de grasa entre los dedos. En apenas media hora, la masa toda se fue desintegrando, evaporándose para siempre.
Nunca se supo que pudo ser aquello, pero una cosa quedó claro para los cuatro policías, esa masa caída del cielo, había tenido vida.
La tumba del condenado
Hace un siglo aproximadamente, John Davies, un joven labrador inglés, fue condenado a la horca por un tribunal galo, por haber atacado y desvalijado a dos hombres en una carretera cerca de Montgomery.
Davies se defendió de la acusación aduciendo que el atacado había sido él y que los hombres en cuestión le habían dado una paliza antes de llevarlo a la cuidad y denunciarlo por un delito que no había cometido.
No existían testigos de la trifulca y los dos querellantes no tenían precisamente una buena reputación. Mas también es cierto que John Davies no estaba bien visto por los galos.
Cuando Davies fue llevado al cadalso, lanzó a todos los presentes una protesta que heló la sangre a todos los que lo oyeron:
-Soy inocente y muero rogando a Dios que pruebe mi inocencia no dejando crecer jamás la hierba sobre mi tumba.
El ajusticiado fue enterrado en un apartado rincón del cementerio de Montgomery.
El cementerio era un lugar recubierto en su totalidad de resistente hierba, pero pronto se comprobó que la tumba de Davies era diferente a la de las demás. En su sitio, sólo se veía un rectángulo de tierra desnuda, sin una brizna de hierba.
Pronto corrió el rumor entre los habitantes de la población y muchos eran los que se desplazaban hasta el cementerio para ver la misteriosa tumba. La municipalidad, enfurecida con este hecho, ordenó recubrir la tumba de césped. Pero éste amarilleó muy pronto, y al poco murió completamente seco. Entonces se hizo remover la tierra y volver a sembrar el césped, pero de nuevo las raíces murieron a los pocos días.
Más de treinta años después de la muerte de John Davies, para permitir el ensanche de una calle y el trazado de otra, todo el cementerio se rehizo. Se alzó el suelo unos sesenta centímetros y para ello fue necesario remover la tierra. El lugar cambió por completo. El suelo fue enarenado y reconstruido y gracias a la pericia de los jardineros, que sembraron granos de hierba, la zona se convirtió en un soberbio césped en pocas semanas, sin nada que ver con el anterior y tétrico cementerio. Sólo una cosa lo hacía reconocible. El oscuro y yermo rectángulo de tierra donde fuera enterrado el ajusticiado John Davies.
Jardineros y expertos examinaron el terreno. Se cambió la tierra, se pusieron abonos, se sembraron céspedes nuevos e incluso se plantó un rosal. Pero todo fue en vano. En la tumba de Davies nada en absoluto era capaz de crecer.
La municipalidad, impotente ante este misterio, decidió que fuera la propia naturaleza quien obrara a su antojo. No obstante, para que el misterioso rectángulo no pareciera tan extraño, se colocó una cerca de su alrededor.
Davies se defendió de la acusación aduciendo que el atacado había sido él y que los hombres en cuestión le habían dado una paliza antes de llevarlo a la cuidad y denunciarlo por un delito que no había cometido.
No existían testigos de la trifulca y los dos querellantes no tenían precisamente una buena reputación. Mas también es cierto que John Davies no estaba bien visto por los galos.
Cuando Davies fue llevado al cadalso, lanzó a todos los presentes una protesta que heló la sangre a todos los que lo oyeron:
-Soy inocente y muero rogando a Dios que pruebe mi inocencia no dejando crecer jamás la hierba sobre mi tumba.
El ajusticiado fue enterrado en un apartado rincón del cementerio de Montgomery.
El cementerio era un lugar recubierto en su totalidad de resistente hierba, pero pronto se comprobó que la tumba de Davies era diferente a la de las demás. En su sitio, sólo se veía un rectángulo de tierra desnuda, sin una brizna de hierba.
Pronto corrió el rumor entre los habitantes de la población y muchos eran los que se desplazaban hasta el cementerio para ver la misteriosa tumba. La municipalidad, enfurecida con este hecho, ordenó recubrir la tumba de césped. Pero éste amarilleó muy pronto, y al poco murió completamente seco. Entonces se hizo remover la tierra y volver a sembrar el césped, pero de nuevo las raíces murieron a los pocos días.
Más de treinta años después de la muerte de John Davies, para permitir el ensanche de una calle y el trazado de otra, todo el cementerio se rehizo. Se alzó el suelo unos sesenta centímetros y para ello fue necesario remover la tierra. El lugar cambió por completo. El suelo fue enarenado y reconstruido y gracias a la pericia de los jardineros, que sembraron granos de hierba, la zona se convirtió en un soberbio césped en pocas semanas, sin nada que ver con el anterior y tétrico cementerio. Sólo una cosa lo hacía reconocible. El oscuro y yermo rectángulo de tierra donde fuera enterrado el ajusticiado John Davies.
Jardineros y expertos examinaron el terreno. Se cambió la tierra, se pusieron abonos, se sembraron céspedes nuevos e incluso se plantó un rosal. Pero todo fue en vano. En la tumba de Davies nada en absoluto era capaz de crecer.
La municipalidad, impotente ante este misterio, decidió que fuera la propia naturaleza quien obrara a su antojo. No obstante, para que el misterioso rectángulo no pareciera tan extraño, se colocó una cerca de su alrededor.
martes, 29 de enero de 2013
Vivir sin comer
Por difícil que se haga creerlo, a lo largo de la historia han existido personas capaces de vivir sin ingerir alimento alguno sin que por ello sus constantes vitales se vean afectadas en modo alguno.
Una de estas personas era la famosa estigmatizada bávara, Teresa Newmann. En diciembre de 1922, dejó por completo de comer, ingiriendo únicamente un poco de agua. En agosto de 1926, sólo bebía un par de cucharadas de agua al día, hasta que en septiembre de 1927 abandonó totalmente cualquier ingestión de alimento o bebida. Teresa Newmann murió en septiembre de 1962. Durante 35 años, no había probado agua o alimento alguno.
Marta Robin, fue otra de estas mujeres. Mística francesa fallecida en 1981, no probó alimento alguno durante casi cincuenta años. La única cosa que se llevaba al estómago, era una hostia diaria.
Otro caso fue el de Giri Bala, una mujer del pueblo bengalí de Nabganj. Por lo visto, ayudada por una elaborada técnica de yoga, fue capaz de vivir más de cincuenta años sin comer ni beber nada. Murió en la década de los cincuenta.
Por increíble que nos pueda parecer, existen más personas como estas capaces de vivir sin alimentarse. Con estas cosas deberíamos replantearnos el principio médico que dice que sólo podemos vivir cinco días sin beber y cuarenta sin comer.
Una de estas personas era la famosa estigmatizada bávara, Teresa Newmann. En diciembre de 1922, dejó por completo de comer, ingiriendo únicamente un poco de agua. En agosto de 1926, sólo bebía un par de cucharadas de agua al día, hasta que en septiembre de 1927 abandonó totalmente cualquier ingestión de alimento o bebida. Teresa Newmann murió en septiembre de 1962. Durante 35 años, no había probado agua o alimento alguno.
Marta Robin, fue otra de estas mujeres. Mística francesa fallecida en 1981, no probó alimento alguno durante casi cincuenta años. La única cosa que se llevaba al estómago, era una hostia diaria.
Otro caso fue el de Giri Bala, una mujer del pueblo bengalí de Nabganj. Por lo visto, ayudada por una elaborada técnica de yoga, fue capaz de vivir más de cincuenta años sin comer ni beber nada. Murió en la década de los cincuenta.
Por increíble que nos pueda parecer, existen más personas como estas capaces de vivir sin alimentarse. Con estas cosas deberíamos replantearnos el principio médico que dice que sólo podemos vivir cinco días sin beber y cuarenta sin comer.
Una extraña lluvia de colores
Se dice que los hechos forteanos no ocurren tan a menudo como se cuenta. Pues bien, he aquí una historia tan reciente como es julio de 2001. La BBC Mundo, en su edición del martes 31 de julio de este año, publicó en su boletín esta extraña historia que pasamos a referir de inmediato.
“Científicos del estado meridional de Kerala, India, comenzaron a estudiar un fenómeno poco común: Ha caído lluvia de diferentes colores en algunas partes del estado.
“Se informó que en los distritos sureños y centrales de Kerala cayó lluvia policromada la semana pasada, lo que impulsó a los científicos a iniciar sus investigaciones.
“Todo comenzó con un chubasco escarlata, el jueves, en algunas aldeas de los distritos meridionales de Kottavam e Idukki. A las pocas horas, se informó que tuvieron lugar fenómenos similares en otros ocho distritos del estado. En éstas áreas cuentan que cayeron aguaceros verdes, amarillos, marrones y negros. Estas lluvias extraordinarias habrían caído a lo largo de varios días en casi todo el estado, con la excepción de dos distritos del norte.”
Esto es lo que nos cuenta La BBC en su edición del 31 de julio. Por supuesto luego vienen esos análisis científicos (de los que nunca llegamos a saber nada en realidad) que nos “explican” a priori lo que son esos fenómenos.
Esto es lo que nos sigue contando el diario BBC. Las cursivas son nuestras:
“Científicos del Centro de Estudios de la Tierra, con sede en Trivandrum, están analizando muestras de agua recopiladas por pobladores locales. El director del instituto, M. Baba, dijo que los científicos no podrán llegar a ninguna conclusión hasta que no terminen los ensayos, que podrían tomar tres semanas.
En el pasado, se informaron de casos similares en otras partes del mundo. Los especialistas dicen que la razón más probable es la presencia de polvo en la atmósfera, que colorea el agua.
En su opinión, una lluvia amarilla podría ser ocasionada por arena o por la presencia de polen en el aire.
Por lo menos, eso fue lo que dijo cuando, hace varios años, cayeron lluvias de colores en Afganistán.”
¡¡¡Arena amarilleando el agua!!! ¿Es que ahora la arena destiñe? Y aunque fuera el polen, ¿Qué hay de las otras lluvias negra, marrón y verde, ocurridas, además, en un mismo aguacero? Mejor dejemos que los análisis que se están efectuando, expliquen el misterio... O no, puesto que de ordinario, nunca sabemos de esos análisis.
“Científicos del estado meridional de Kerala, India, comenzaron a estudiar un fenómeno poco común: Ha caído lluvia de diferentes colores en algunas partes del estado.
“Se informó que en los distritos sureños y centrales de Kerala cayó lluvia policromada la semana pasada, lo que impulsó a los científicos a iniciar sus investigaciones.
“Todo comenzó con un chubasco escarlata, el jueves, en algunas aldeas de los distritos meridionales de Kottavam e Idukki. A las pocas horas, se informó que tuvieron lugar fenómenos similares en otros ocho distritos del estado. En éstas áreas cuentan que cayeron aguaceros verdes, amarillos, marrones y negros. Estas lluvias extraordinarias habrían caído a lo largo de varios días en casi todo el estado, con la excepción de dos distritos del norte.”
Esto es lo que nos cuenta La BBC en su edición del 31 de julio. Por supuesto luego vienen esos análisis científicos (de los que nunca llegamos a saber nada en realidad) que nos “explican” a priori lo que son esos fenómenos.
Esto es lo que nos sigue contando el diario BBC. Las cursivas son nuestras:
“Científicos del Centro de Estudios de la Tierra, con sede en Trivandrum, están analizando muestras de agua recopiladas por pobladores locales. El director del instituto, M. Baba, dijo que los científicos no podrán llegar a ninguna conclusión hasta que no terminen los ensayos, que podrían tomar tres semanas.
En el pasado, se informaron de casos similares en otras partes del mundo. Los especialistas dicen que la razón más probable es la presencia de polvo en la atmósfera, que colorea el agua.
En su opinión, una lluvia amarilla podría ser ocasionada por arena o por la presencia de polen en el aire.
Por lo menos, eso fue lo que dijo cuando, hace varios años, cayeron lluvias de colores en Afganistán.”
¡¡¡Arena amarilleando el agua!!! ¿Es que ahora la arena destiñe? Y aunque fuera el polen, ¿Qué hay de las otras lluvias negra, marrón y verde, ocurridas, además, en un mismo aguacero? Mejor dejemos que los análisis que se están efectuando, expliquen el misterio... O no, puesto que de ordinario, nunca sabemos de esos análisis.
lunes, 28 de enero de 2013
El color surgido del espacio
"El Color Surgido del Espacio" es una novela del maestro del horror, H. P. Lovecraft (1890-1937), y si hemos titulado la siguiente historia con éste nombre, es por su gran parecido con el relato de ficción, aunque en éste caso nos referimos a un suceso real. Pero pasemos directamente a los hechos.
Nos encontramos en 1927, en la campiña de Omsk, una pequeña ciudad de la Federación Rusa. Una noche de otoño de ese año, un labriego (del cual no hemos podido obtener su nombre), se despierta sobresaltado por uno violento estruendo en la caballeriza. El hombre, escucha a continuación cómo sus animales relinchan con furia y terror, y se levanta de la cama dispuesto a averiguar qué sucede. En un principio pensó en ladrones y por ello se hizo acompañar de una afilada horca.
Al llegar al establo, sus oídos se vieron bombardeados por el pataleo desesperado de sus caballos contra las paredes de madera, y al abrir la puerta, los animales salieron en estampida completamente aterrados, derribando a su paso a nuestro protagonista, que escapó de la muerte de milagro. Maltrecho, se levantó del suelo y dirigió su mirada al interior del local donde la oscuridad no le permitía ver nada. Con paso renqueante, volvió a la casa en busca de una linterna, y al regresar al lugar se le unieron unos vecinos, que también habían escuchado el estruendo inicial, armados con palos y arpones, dispuestos a averiguar lo que allí pasaba. Pero al entrar en el cobertizo, sus mandíbulas cayeron de puro asombro y sus ojos se resistían a creer lo que estaban viendo.
De una lado a otro del amplio local, una enmarañada red de hilos plateados cubría el suelo, las paredes y el techo, conformando lo que sería un cúmulo de extrañas telas de araña. Estaban entretejidas entre sí y su resistencia era considerable. Los hombres se abrieron paso dificultosamente entre aquel misterioso matorral y se encontraron con un gran agujero en el techo, como si una enorme piedra hubiese caído allí desde el cielo. Los hombres buscaron los restos del meteorito pero no encontraron absolutamente nada.
Pero las sorpresas no estaban destinadas a detenerse ahí; uno de los hombres enfocó con su linterna hacia un montón de paja arrimada contra la pared, y el haz de luz le descubrió una forma palpitante, parecido a una calabaza blanquecina, que se dilataba y contraía como un corazón humano. Al verse descubierta, la "cosa" comenzó a correr hasta la pared opuesta y todos pudieron ver en su masa como un asomo de rostro. Asustados, los hombres vieron como aquella cosa repulsiva y anormal sacaba de su cuerpo unos tentáculos, y los dirigía en dirección a ellos. Algunos salieron corriendo muertos de miedo, pero otros se quedaron y atacaron sin vacilaciones a la cosa, golpeándola una y otra vez con sus palos y horcas. La misteriosa sustancia quedó hecha un amasijo de materia blanda, viscosa y blancoazulada, y rápidamente los hombres avisaron a las autoridades locales.
Nadie supo dar cuenta de semejante criatura. Algunos quisieron ver en ella una similitud con el pulpo, pero la verdad es que nada indicaba que lo fuera. En cuanto al agujero en el techo y la maraña de hilos plateados, tampoco se llegó a conclusiones satisfactorias. Algunos pensaron que la criatura pudo ser la causante del desfondamiento del techo, y otros que la madeja de hilos pudieron ser debido a un "hipotético vehículo hecho jirones", pero en esencia, no se entresacó ninguna solución al misterio.
Ignoramos que se hizo con el ser capturado y con los hilos plateados, pero lo cierto es que los periódicos de la región recogieron en aquellas fechas la noticia, sin que ni ellos, ni las autoridades, pudieran jamás explicar tan novelesco suceso.
¿Se inspiraría H.P. Lovecraft en ésta historia, para escribir su relato "El Color Surgido del Espacio?
Nos encontramos en 1927, en la campiña de Omsk, una pequeña ciudad de la Federación Rusa. Una noche de otoño de ese año, un labriego (del cual no hemos podido obtener su nombre), se despierta sobresaltado por uno violento estruendo en la caballeriza. El hombre, escucha a continuación cómo sus animales relinchan con furia y terror, y se levanta de la cama dispuesto a averiguar qué sucede. En un principio pensó en ladrones y por ello se hizo acompañar de una afilada horca.
Al llegar al establo, sus oídos se vieron bombardeados por el pataleo desesperado de sus caballos contra las paredes de madera, y al abrir la puerta, los animales salieron en estampida completamente aterrados, derribando a su paso a nuestro protagonista, que escapó de la muerte de milagro. Maltrecho, se levantó del suelo y dirigió su mirada al interior del local donde la oscuridad no le permitía ver nada. Con paso renqueante, volvió a la casa en busca de una linterna, y al regresar al lugar se le unieron unos vecinos, que también habían escuchado el estruendo inicial, armados con palos y arpones, dispuestos a averiguar lo que allí pasaba. Pero al entrar en el cobertizo, sus mandíbulas cayeron de puro asombro y sus ojos se resistían a creer lo que estaban viendo.
De una lado a otro del amplio local, una enmarañada red de hilos plateados cubría el suelo, las paredes y el techo, conformando lo que sería un cúmulo de extrañas telas de araña. Estaban entretejidas entre sí y su resistencia era considerable. Los hombres se abrieron paso dificultosamente entre aquel misterioso matorral y se encontraron con un gran agujero en el techo, como si una enorme piedra hubiese caído allí desde el cielo. Los hombres buscaron los restos del meteorito pero no encontraron absolutamente nada.
Pero las sorpresas no estaban destinadas a detenerse ahí; uno de los hombres enfocó con su linterna hacia un montón de paja arrimada contra la pared, y el haz de luz le descubrió una forma palpitante, parecido a una calabaza blanquecina, que se dilataba y contraía como un corazón humano. Al verse descubierta, la "cosa" comenzó a correr hasta la pared opuesta y todos pudieron ver en su masa como un asomo de rostro. Asustados, los hombres vieron como aquella cosa repulsiva y anormal sacaba de su cuerpo unos tentáculos, y los dirigía en dirección a ellos. Algunos salieron corriendo muertos de miedo, pero otros se quedaron y atacaron sin vacilaciones a la cosa, golpeándola una y otra vez con sus palos y horcas. La misteriosa sustancia quedó hecha un amasijo de materia blanda, viscosa y blancoazulada, y rápidamente los hombres avisaron a las autoridades locales.
Nadie supo dar cuenta de semejante criatura. Algunos quisieron ver en ella una similitud con el pulpo, pero la verdad es que nada indicaba que lo fuera. En cuanto al agujero en el techo y la maraña de hilos plateados, tampoco se llegó a conclusiones satisfactorias. Algunos pensaron que la criatura pudo ser la causante del desfondamiento del techo, y otros que la madeja de hilos pudieron ser debido a un "hipotético vehículo hecho jirones", pero en esencia, no se entresacó ninguna solución al misterio.
Ignoramos que se hizo con el ser capturado y con los hilos plateados, pero lo cierto es que los periódicos de la región recogieron en aquellas fechas la noticia, sin que ni ellos, ni las autoridades, pudieran jamás explicar tan novelesco suceso.
¿Se inspiraría H.P. Lovecraft en ésta historia, para escribir su relato "El Color Surgido del Espacio?
¿Simples coincidencias?
He aquí una historia corta, y en apariencia intranscendente que si la miramos bien, podremos darnos cuenta de lo que no lo es tanto.
El 20 de abril de 1958, la señora Kenneth Perkins de Los Ángles, traía al mundo una hermosa niña, a la que pusieron por nombre, Nancy. Sus anteriores hijos, Gary, de 8 años de edad y David, de 5, habían nacido también un 20 de abril. El médico ginecólogo, el doctor A. Warren Olson, había nacido un 20 de abril, al igual que su enfermera-jefe, Winifred Nagamine.
¿Coincidencia? Veamos otra historia de características similares.
Dos barrenderos municipales del distrito de Nueva York de Brooklyn, atropellaron, el mismo día y a la misma hora, a dos personas en dos calles paralelas, una de las cuales murió y la otra resultó gravemente herida. Lo curioso del asunto es que los dos accidentados se llamaban Stein, y no se conocían en absoluto.
¿Casualidad? Quien sabe. Lo cierto es que estos hechos ocurren con más frecuencia de lo que parece y que deberían ser revisados con más detenimiento. ¿No recuerda usted haber vivido un suceso de características similares, en algún momento de su vida? Piense en ello y verá cómo encuentra algo.
El 20 de abril de 1958, la señora Kenneth Perkins de Los Ángles, traía al mundo una hermosa niña, a la que pusieron por nombre, Nancy. Sus anteriores hijos, Gary, de 8 años de edad y David, de 5, habían nacido también un 20 de abril. El médico ginecólogo, el doctor A. Warren Olson, había nacido un 20 de abril, al igual que su enfermera-jefe, Winifred Nagamine.
¿Coincidencia? Veamos otra historia de características similares.
Dos barrenderos municipales del distrito de Nueva York de Brooklyn, atropellaron, el mismo día y a la misma hora, a dos personas en dos calles paralelas, una de las cuales murió y la otra resultó gravemente herida. Lo curioso del asunto es que los dos accidentados se llamaban Stein, y no se conocían en absoluto.
¿Casualidad? Quien sabe. Lo cierto es que estos hechos ocurren con más frecuencia de lo que parece y que deberían ser revisados con más detenimiento. ¿No recuerda usted haber vivido un suceso de características similares, en algún momento de su vida? Piense en ello y verá cómo encuentra algo.
sábado, 26 de enero de 2013
La inteligencia de los animales
Una lectora nos cuenta:
Hola, soy de México. Quiero contarles la historia de mi perro, que me parece que es un tanto extraña. Se llama Snoopy, es un perro cocker de 5 años. Llegó a mi casa desde que tenia 2 meses y estaba muy acostumbrado a estar con mi mamá, pues era la única que se quedaba en la casa cuando todos salíamos a la escuela.
Mi mamá, en el 2001, padecía un cáncer terminal. Ya en su agonía, mi casa se llenó de familiares en el transcurso del día. Snoopy siempre ha sido muy nervioso y llorón, así que no me extrañó que estuviera inquieto al principio, ya en los últimos momentos de vida de mi mamá, ella pidió que estuviera a su lado. Mi perro estaba más intranquilo; lloraba y quería estar en el cuarto de mi mamá. Yo le pedí a mi novio que lo llevara al balcón y que lo cuidara.
Yo estaba en el cuarto en el momento en que mi madre falleció, y alcance a oír cómo aullaba mi perro en ese mismo momento. Cuando las personas de la funeraria fueron por su cuerpo, mi perro miró a la puerta cuando se la llevaban y aulló nuevamente como despidiéndose de ella.
Hola, soy de México. Quiero contarles la historia de mi perro, que me parece que es un tanto extraña. Se llama Snoopy, es un perro cocker de 5 años. Llegó a mi casa desde que tenia 2 meses y estaba muy acostumbrado a estar con mi mamá, pues era la única que se quedaba en la casa cuando todos salíamos a la escuela.
Mi mamá, en el 2001, padecía un cáncer terminal. Ya en su agonía, mi casa se llenó de familiares en el transcurso del día. Snoopy siempre ha sido muy nervioso y llorón, así que no me extrañó que estuviera inquieto al principio, ya en los últimos momentos de vida de mi mamá, ella pidió que estuviera a su lado. Mi perro estaba más intranquilo; lloraba y quería estar en el cuarto de mi mamá. Yo le pedí a mi novio que lo llevara al balcón y que lo cuidara.
Yo estaba en el cuarto en el momento en que mi madre falleció, y alcance a oír cómo aullaba mi perro en ese mismo momento. Cuando las personas de la funeraria fueron por su cuerpo, mi perro miró a la puerta cuando se la llevaban y aulló nuevamente como despidiéndose de ella.
Fantasma en la Guerra Civil española
He aquí una historia procedente de un anónimo, publicado por el especialista en temas paranormales, Ricardo Blasco, en su libro “El Poder Oculto de la Mente Humana”. Veamos qué nos dice:
“El soldado José se hallaba en su pueblecito situado a 20 kilómetros de la primera línea de fuego, en las estribaciones de Sierra Trapera. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de un antiguo amigo de la infancia y compañero de estudios. A través de los años habían llegado a ser como dos hermanos.
José se sentó en el portal de la vieja casa extremeña. En aquel vespero la población estaba sumida en una serenidad bucólica, apacible. A lo lejos se oía quedo el rumor del frente como una tormenta lejana apenas audible. El rústico campanario –enmudecido hacía tiempo- había perdido su sombra mañanera. La imagen de su amigo tomó forma en su pensamiento y por unos instantes le vio frente a él con aquella sonrisa triste en los labios y una mirada extraña en sus grandes ojos.
-Cuídate –le susurró junto al oído al darle el abrazo de despedida-. Tú te quedas aquí... yo me voy allá... Sé que volverás a casa. Yo... yo estaré siempre junto a ti... Siempre.
De repente el rugido de los motores quebrando la paz del cielo conmovió toda la serranía. El pueblecito tembló hasta los cimientos y las pocas personas que habían permanecido en sus hogares se estremecieron de pavor. Apenas si quedaron algunas casas en pie. El campanario dejó escapar el quejido débil de unas vibraciones involuntarias. Al hacerse de nuevo la paz, José abandonó su refugio. Miró desolado a su alrededor. Sus compañeros comenzaron a surgir por todas partes, entre los informes montones de cascotes y la gran polvareda mezclándose con el humo denso que surgía del depósito de gasolina. Por todas partes corría la escasa población, mientras algunos soldados trataban de socorrer a los heridos.
De pronto, ante él, surgió la alta silueta de su amigo.
-¡Juan! ¿De dónde sales? –preguntóle incrédulo tratando de estrecharlo entre sus brazos.
-No te acerques –rechazóle su amigo, en cuyos ojos brillaba una extraña luz preñada de infinita tristeza-. ¿Qué te parece esto? ¿Es así como hemos de entendernos? ¿Hasta dónde vais a llegar los humanos?
-¿Los humanos? –preguntó José viendo cómo la alta silueta de su amigo semejaba alargarse y casi diluirse para volver a tomar la primera apariencia física.
-Sí. Yo ya no soy de los vuestros. Pertenezco a otro mundo.
-O tú estás loco o yo estoy borracho –replicó José sin poder disimular su asombro que, poco a poco, se iba transformando en un indefinible sentimiento medroso.
-Hace un instante que he muerto. De un balazo. ¡Mira!
José se estremeció. A la altura de la sien, quebrando la extraña palidez de aquel rostro, se apreciaba un negro orificio del que manaba un delgado hilo de sangre.
-¡No es posible!
-Lo es. Apenas si me he dado cuenta. En aquel instante tú estabas a mi lado. Habíamos vuelto los dos al momento en que nos despedimos. Se puede decir que he muerto entre tus brazos... Ahora me quedaré toda la noche junto a cerro...
-¡No es verdad! ¡Tú no puedes estar muerto!
-Mañana al amanecer... Tienes que venir a recogerme –Prosiguió la aparición-. Han de ser tus manos las que me entierren...
José oyó el llanto de un niño. Algunas sombras se deslizaban por el destrozado pueblecito, corriendo, apagando el fuego, escarbando entre los escombros, sin reparar en ellos. Por unos instantes creyó estaba sumido en una cruel pesadilla. Dio unos pasos hacia delante.
-No te acerques –rechazó de nuevo la aparición.-. Ahora no debes tocarme. Allá en el cerro...
José, cada vez más atónito y dolorido, sumido en un caos de encontrados sentimientos, vio cómo se desvanecía la aparición. El corazón le iba aprisa y en las sienes se agolpaban frenéticas palpitaciones.
Al rayar el alba se hallaba de rodillas ante el cuerpo de Juan bañado por el rocío.
A los lejos oía el tronar de los cañones y el apagado pespunteo de las ametralladoras”.
“El soldado José se hallaba en su pueblecito situado a 20 kilómetros de la primera línea de fuego, en las estribaciones de Sierra Trapera. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de un antiguo amigo de la infancia y compañero de estudios. A través de los años habían llegado a ser como dos hermanos.
José se sentó en el portal de la vieja casa extremeña. En aquel vespero la población estaba sumida en una serenidad bucólica, apacible. A lo lejos se oía quedo el rumor del frente como una tormenta lejana apenas audible. El rústico campanario –enmudecido hacía tiempo- había perdido su sombra mañanera. La imagen de su amigo tomó forma en su pensamiento y por unos instantes le vio frente a él con aquella sonrisa triste en los labios y una mirada extraña en sus grandes ojos.
-Cuídate –le susurró junto al oído al darle el abrazo de despedida-. Tú te quedas aquí... yo me voy allá... Sé que volverás a casa. Yo... yo estaré siempre junto a ti... Siempre.
De repente el rugido de los motores quebrando la paz del cielo conmovió toda la serranía. El pueblecito tembló hasta los cimientos y las pocas personas que habían permanecido en sus hogares se estremecieron de pavor. Apenas si quedaron algunas casas en pie. El campanario dejó escapar el quejido débil de unas vibraciones involuntarias. Al hacerse de nuevo la paz, José abandonó su refugio. Miró desolado a su alrededor. Sus compañeros comenzaron a surgir por todas partes, entre los informes montones de cascotes y la gran polvareda mezclándose con el humo denso que surgía del depósito de gasolina. Por todas partes corría la escasa población, mientras algunos soldados trataban de socorrer a los heridos.
De pronto, ante él, surgió la alta silueta de su amigo.
-¡Juan! ¿De dónde sales? –preguntóle incrédulo tratando de estrecharlo entre sus brazos.
-No te acerques –rechazóle su amigo, en cuyos ojos brillaba una extraña luz preñada de infinita tristeza-. ¿Qué te parece esto? ¿Es así como hemos de entendernos? ¿Hasta dónde vais a llegar los humanos?
-¿Los humanos? –preguntó José viendo cómo la alta silueta de su amigo semejaba alargarse y casi diluirse para volver a tomar la primera apariencia física.
-Sí. Yo ya no soy de los vuestros. Pertenezco a otro mundo.
-O tú estás loco o yo estoy borracho –replicó José sin poder disimular su asombro que, poco a poco, se iba transformando en un indefinible sentimiento medroso.
-Hace un instante que he muerto. De un balazo. ¡Mira!
José se estremeció. A la altura de la sien, quebrando la extraña palidez de aquel rostro, se apreciaba un negro orificio del que manaba un delgado hilo de sangre.
-¡No es posible!
-Lo es. Apenas si me he dado cuenta. En aquel instante tú estabas a mi lado. Habíamos vuelto los dos al momento en que nos despedimos. Se puede decir que he muerto entre tus brazos... Ahora me quedaré toda la noche junto a cerro...
-¡No es verdad! ¡Tú no puedes estar muerto!
-Mañana al amanecer... Tienes que venir a recogerme –Prosiguió la aparición-. Han de ser tus manos las que me entierren...
José oyó el llanto de un niño. Algunas sombras se deslizaban por el destrozado pueblecito, corriendo, apagando el fuego, escarbando entre los escombros, sin reparar en ellos. Por unos instantes creyó estaba sumido en una cruel pesadilla. Dio unos pasos hacia delante.
-No te acerques –rechazó de nuevo la aparición.-. Ahora no debes tocarme. Allá en el cerro...
José, cada vez más atónito y dolorido, sumido en un caos de encontrados sentimientos, vio cómo se desvanecía la aparición. El corazón le iba aprisa y en las sienes se agolpaban frenéticas palpitaciones.
Al rayar el alba se hallaba de rodillas ante el cuerpo de Juan bañado por el rocío.
A los lejos oía el tronar de los cañones y el apagado pespunteo de las ametralladoras”.
viernes, 25 de enero de 2013
Un caso forteano en Argentina
Sabemos que Argentina, es una tierra propensa a cualquier suceso paranormal. Por algún extraño motivo, sus maravillosas tierras albergan un pozo inagotable de actividades ufológicas y extranaturales, que la convierten en un país especial en lo tocante a estas materias; pero he aquí uno, que corresponde más un hecho forteano, motivo de esta sección, y que no dejará indiferente a quien lo lea.
He aquí un relato, aparecido en el número 3 de la revista "Dimensión Desconocida", escrito por el periodista Stephens Wrapp. La historia, dice lo siguiente:
"Durante el año 1970, un cura jesuita, de origen argentino, piensa en llevar a cabo una experiencia de vida en comunidad cristiana. Expone la idea a los fieles de su parroquia, y con un grupo de familias, como así también de sexos masculinos y femeninos, aceptan con entusiasmo la proposición y deciden llevar a la práctica, lo que en un tiempo antes, sólo era una fantasía, en la mente de un joven y renovador sacerdote jesuita, muy profundamente cristiano y cuyo nombre daré a conocer a través de su nombre de pila, sin apellidos, por las razones justificadas que ustedes apreciarán en el relato.
Guillermo, que así se llama el sacerdote, obtuvo de una familia amiga un predio muy amplio, cerca de la precordillera, a la altura de un cerro, denominado Cerro del Rosario.
Inicialmente partieron cinco familias, un médico y un arquitecto, conjuntamente con el padre Guillermo. Comenzaron a construir sus propias casas, a realizar una experiencia, que ellos designaron con el nombre de Comunidad Cristiana, y que iba a resultar una aventura, que despejaría una de las innumerables incógnitas que, cual una ecuación matemática complicada, posee el mundo subterráneo.
En el mes de septiembre de 1970 los escasos pobladores de la Comunidad Cristiana, estaban prácticamente instalados en sus casas, cuando en la noche del 23 de septiembre, ocurrió algo, que, si bien resultaba totalmente terrestre al principio de la aventura, su continuación era alarmante y fuera de los límites de nuestro viejo amigo, el planeta Tierra.
Aquella noche el padre Guillermo, el médico de la comunidad y el arquitecto, se encontraban comiendo en la casa del médico; eran las dos de la madrugada y conversando sobre los futuros planes de urbanización del poblado, las horas pasaban volando; el café se agotaba en los pocillos, cuando, de pronto, hay un golpe débil, pero insistente, a la puerta.. El médico acudió a abrirla y se encontró con un hombre, cuyo cuadro clínico, acusaba principio de infarto y oclusión laríngea; con voz ronca y segura, pidió auxilio; fue atentido y reanimado por el médico y sus invitados. Una vez en condiciones casi normales, relató lo siguiente: Aquel día 23 de septiembre, alrededor de las seis de la tarde, se encontraba junto a sus cabras, a las que había llevado a pastorear, sobre la ladera del Cerro del Rosario; apenas comenzó su tarea de arreo, un viento empezó a soplar que bien pronto se convirtió en ráfagas ciclónicas. Esperó unos minutos y el temporal de viento no amainaba; hasta que cansado de esperar, comenzó a recorrer la cueva en la que se había refugiado. Llamó su atención una serie de peldaños practicados en la piedra y que bajaban hacia las entrañas de la montaña. Pensando que se trataría de una mina abandonada y ante la imposibilidad de salir de la cueva, dado que el temporal seguía creciendo en intensidad, comenzó a bajar los escalones que descendían en forma de caracol.
Llamó su atención el hecho de que en vez de intensificarse la oscuridad a medida que descendía, una tenue claridad de color anaranjado iba iluminando el camino; y la temperatura aumentaba, convirtiendo el ambiente reinante en un lugar cálido; contó trescientos sesenta escalones; su asombro no tuvo límites al llegar al final de la escalera.
Ante sus desorbitados ojos apareció una ciudad perfectamente conformada; con sistema edilicio desconocido en la superficie.
Edificios brillantes como de aluminio o acero, todos ellos terminaban en cúpulas que recordaban las mezquitas orientales o los lamasterios del Tibet.
Calles, cuyo firme parecía ser de acrílico trasparente bajo el cual corrían hilos de agua de variados colores; vehículos que no circulaban por la calle, sino que se desplazaban silenciosos flotando a tres o cuatro metros sobre su cabeza.
Pero lo que terminó de asombrar a nuestro arriero fueron los habitantes del lugar. Seres cuya estatura sobrepasaba la de un ser humano normal en dos o tres metros y medio. Vestían túnicas blancas las mujeres y negras los hombres. Estos seres en ningún momento prestaron atención al pastor en cuestión, al punto que él comenzó a caminar siguiendo la calle de acrílico, cuya iluminación provenía de unas bolas de tamaño de un balón de fútbol; eran iridiscentes y flotaban en el espacio dando una tonalidad naranja a todo el ambiente; no irradiaban ni calor ni frío. Nuestro pastor cruzó ese mundo subterráneo de lado a lado siguiendo siempre su camino por la extraña calle de acrílico. No se atrevió a internarse por las calles laterales que cruzaban las que él transitaba. Llegó al final de la misma y se encontró con otra escalera de caracol, idéntica a la que utilizó para descender.
Ya prácticamente despavorido, comenzó a ascender; casi desfalleció por el esfuerzo de una ascensión de trescientos sesenta escalones, salió a la superficie, pero apareció en la cara opuesta del Cerro del Rosario al la que había descendido.
Una vez repuesto de su aventura, divisó el poblado de la Comunidad Cristiana, hacia el cual se dirigió en busca de ayuda y, al descubrir el cartel de "médico" en la puerta no vaciló en llamar a la misma.
Dudando de la veracidad de la historia contada por el pastor, el padre Guillermo y el médico le pidieron indicara el lugar exacto por donde había ascendido a la superficie con la finalidad de investigar "in situ".
Al día siguiente partieron Guillermo y el médico unidos de cámaras fotográficas y magnetófonos, a fin de, en caso de ser verídica la historia escuchada, traer pruebas fehacientes de la existencia de un país del que la ONU no sabe nada.
Encontraron el lugar, la escalera de caracol; bajaron.
El médico se internó en aquel poblado enclavado en las entrañas de la tierra. Guillermo quedó al pie de la escalera tomando fotos del lugar. Regresaron en silencio. No había palabras para describir lo indescriptible. Se dirigieron al gobierno de la Rioja con el fin de informar sobre su hallazgo. Dicho gobierno puso a disposición de los investigadores, equipo de hombres y equipo técnico adecuado para el caso.
Cuando llegaron al lugar donde se encuentra la escalera de caracol, sólo se veían tres escalones. El resto se encontraba tras un muro de piedra que cubría la entrada de forma total. Rodearon el cerro y se dirigieron a la otra entrada; idéntica sorpresa. Hasta el día de hoy distintos investigadores se han acercado al lugar, pero el muro continúa impenetrable e inexpugnable".
A nosotros, se nos hace un poco difícil creer esta historia. Hay muchas cosas que no encajan, al margen ya de lo asombroso del caso. Por ejemplo ¿cómo un pastor que realiza semejante descubrimiento, y que según el relato, está más despavorido que asombrado, osa adentrase en ese lugar y llegar hasta el final de la calle? ¿Cómo es que el gobierno de Rioja envía únicamente un equipo de personas, junto con los descubridores, sin reparar en mayores detalles? Y por último ¿Dónde se encuentra semejante cerro? Según la historia, los escalones todavía deben seguir ahí. Si alguno de nuestros apreciados lectores argentinos, sabe de esta historia, le rogamos encarecidamente que se ponga en contacto con nosotros y nos saque de la duda.
Fuera como fuere, esta historia, aparentemente auténtica en su exposición, bien merece entrar en el panteón de los hechos condenados.
He aquí un relato, aparecido en el número 3 de la revista "Dimensión Desconocida", escrito por el periodista Stephens Wrapp. La historia, dice lo siguiente:
"Durante el año 1970, un cura jesuita, de origen argentino, piensa en llevar a cabo una experiencia de vida en comunidad cristiana. Expone la idea a los fieles de su parroquia, y con un grupo de familias, como así también de sexos masculinos y femeninos, aceptan con entusiasmo la proposición y deciden llevar a la práctica, lo que en un tiempo antes, sólo era una fantasía, en la mente de un joven y renovador sacerdote jesuita, muy profundamente cristiano y cuyo nombre daré a conocer a través de su nombre de pila, sin apellidos, por las razones justificadas que ustedes apreciarán en el relato.
Guillermo, que así se llama el sacerdote, obtuvo de una familia amiga un predio muy amplio, cerca de la precordillera, a la altura de un cerro, denominado Cerro del Rosario.
Inicialmente partieron cinco familias, un médico y un arquitecto, conjuntamente con el padre Guillermo. Comenzaron a construir sus propias casas, a realizar una experiencia, que ellos designaron con el nombre de Comunidad Cristiana, y que iba a resultar una aventura, que despejaría una de las innumerables incógnitas que, cual una ecuación matemática complicada, posee el mundo subterráneo.
En el mes de septiembre de 1970 los escasos pobladores de la Comunidad Cristiana, estaban prácticamente instalados en sus casas, cuando en la noche del 23 de septiembre, ocurrió algo, que, si bien resultaba totalmente terrestre al principio de la aventura, su continuación era alarmante y fuera de los límites de nuestro viejo amigo, el planeta Tierra.
Aquella noche el padre Guillermo, el médico de la comunidad y el arquitecto, se encontraban comiendo en la casa del médico; eran las dos de la madrugada y conversando sobre los futuros planes de urbanización del poblado, las horas pasaban volando; el café se agotaba en los pocillos, cuando, de pronto, hay un golpe débil, pero insistente, a la puerta.. El médico acudió a abrirla y se encontró con un hombre, cuyo cuadro clínico, acusaba principio de infarto y oclusión laríngea; con voz ronca y segura, pidió auxilio; fue atentido y reanimado por el médico y sus invitados. Una vez en condiciones casi normales, relató lo siguiente: Aquel día 23 de septiembre, alrededor de las seis de la tarde, se encontraba junto a sus cabras, a las que había llevado a pastorear, sobre la ladera del Cerro del Rosario; apenas comenzó su tarea de arreo, un viento empezó a soplar que bien pronto se convirtió en ráfagas ciclónicas. Esperó unos minutos y el temporal de viento no amainaba; hasta que cansado de esperar, comenzó a recorrer la cueva en la que se había refugiado. Llamó su atención una serie de peldaños practicados en la piedra y que bajaban hacia las entrañas de la montaña. Pensando que se trataría de una mina abandonada y ante la imposibilidad de salir de la cueva, dado que el temporal seguía creciendo en intensidad, comenzó a bajar los escalones que descendían en forma de caracol.
Llamó su atención el hecho de que en vez de intensificarse la oscuridad a medida que descendía, una tenue claridad de color anaranjado iba iluminando el camino; y la temperatura aumentaba, convirtiendo el ambiente reinante en un lugar cálido; contó trescientos sesenta escalones; su asombro no tuvo límites al llegar al final de la escalera.
Ante sus desorbitados ojos apareció una ciudad perfectamente conformada; con sistema edilicio desconocido en la superficie.
Edificios brillantes como de aluminio o acero, todos ellos terminaban en cúpulas que recordaban las mezquitas orientales o los lamasterios del Tibet.
Calles, cuyo firme parecía ser de acrílico trasparente bajo el cual corrían hilos de agua de variados colores; vehículos que no circulaban por la calle, sino que se desplazaban silenciosos flotando a tres o cuatro metros sobre su cabeza.
Pero lo que terminó de asombrar a nuestro arriero fueron los habitantes del lugar. Seres cuya estatura sobrepasaba la de un ser humano normal en dos o tres metros y medio. Vestían túnicas blancas las mujeres y negras los hombres. Estos seres en ningún momento prestaron atención al pastor en cuestión, al punto que él comenzó a caminar siguiendo la calle de acrílico, cuya iluminación provenía de unas bolas de tamaño de un balón de fútbol; eran iridiscentes y flotaban en el espacio dando una tonalidad naranja a todo el ambiente; no irradiaban ni calor ni frío. Nuestro pastor cruzó ese mundo subterráneo de lado a lado siguiendo siempre su camino por la extraña calle de acrílico. No se atrevió a internarse por las calles laterales que cruzaban las que él transitaba. Llegó al final de la misma y se encontró con otra escalera de caracol, idéntica a la que utilizó para descender.
Ya prácticamente despavorido, comenzó a ascender; casi desfalleció por el esfuerzo de una ascensión de trescientos sesenta escalones, salió a la superficie, pero apareció en la cara opuesta del Cerro del Rosario al la que había descendido.
Una vez repuesto de su aventura, divisó el poblado de la Comunidad Cristiana, hacia el cual se dirigió en busca de ayuda y, al descubrir el cartel de "médico" en la puerta no vaciló en llamar a la misma.
Dudando de la veracidad de la historia contada por el pastor, el padre Guillermo y el médico le pidieron indicara el lugar exacto por donde había ascendido a la superficie con la finalidad de investigar "in situ".
Al día siguiente partieron Guillermo y el médico unidos de cámaras fotográficas y magnetófonos, a fin de, en caso de ser verídica la historia escuchada, traer pruebas fehacientes de la existencia de un país del que la ONU no sabe nada.
Encontraron el lugar, la escalera de caracol; bajaron.
El médico se internó en aquel poblado enclavado en las entrañas de la tierra. Guillermo quedó al pie de la escalera tomando fotos del lugar. Regresaron en silencio. No había palabras para describir lo indescriptible. Se dirigieron al gobierno de la Rioja con el fin de informar sobre su hallazgo. Dicho gobierno puso a disposición de los investigadores, equipo de hombres y equipo técnico adecuado para el caso.
Cuando llegaron al lugar donde se encuentra la escalera de caracol, sólo se veían tres escalones. El resto se encontraba tras un muro de piedra que cubría la entrada de forma total. Rodearon el cerro y se dirigieron a la otra entrada; idéntica sorpresa. Hasta el día de hoy distintos investigadores se han acercado al lugar, pero el muro continúa impenetrable e inexpugnable".
A nosotros, se nos hace un poco difícil creer esta historia. Hay muchas cosas que no encajan, al margen ya de lo asombroso del caso. Por ejemplo ¿cómo un pastor que realiza semejante descubrimiento, y que según el relato, está más despavorido que asombrado, osa adentrase en ese lugar y llegar hasta el final de la calle? ¿Cómo es que el gobierno de Rioja envía únicamente un equipo de personas, junto con los descubridores, sin reparar en mayores detalles? Y por último ¿Dónde se encuentra semejante cerro? Según la historia, los escalones todavía deben seguir ahí. Si alguno de nuestros apreciados lectores argentinos, sabe de esta historia, le rogamos encarecidamente que se ponga en contacto con nosotros y nos saque de la duda.
Fuera como fuere, esta historia, aparentemente auténtica en su exposición, bien merece entrar en el panteón de los hechos condenados.
¿Qué se vio en el cielo?
Charles Fort, EL gran recopilador de hechos malditos, y patrono de esta sección, nos dejó escrito en su maravilloso libro “El libro de los condenados”, una de esas historias que, a su lectura, no puede dejarnos indiferentes. La historia fue publicada por primera vez en el Nature (7-112) de aquel año (1872), citando al Birmingham Morning News, que lo sacó en sus páginas. Esto es la extrañísima historia, contada por el propio Fort:
“El 7 de diciembre de 1872, los habitantes de King´s Sutton, Banbury, Inglaterra, vieron a una especie de rueda de heno (la cursiva es nuestra) atravesar el espacio, acompañada, como un meteoro, por fuego, una humareda densa y un ruido de ferrocarril. “Estaba tan pronto muy alta como muy próximo al suelo”.
El efecto fue como de un tornado: árboles y muros abatidos. El objeto desapareció “de golpe”.
¿Qué son esas cosas que se ven en el cielo? En ocasiones se pone uno un tanto nervioso al no poder saberlo, ¿no les ocurre a ustedes lo mismo?
“El 7 de diciembre de 1872, los habitantes de King´s Sutton, Banbury, Inglaterra, vieron a una especie de rueda de heno (la cursiva es nuestra) atravesar el espacio, acompañada, como un meteoro, por fuego, una humareda densa y un ruido de ferrocarril. “Estaba tan pronto muy alta como muy próximo al suelo”.
El efecto fue como de un tornado: árboles y muros abatidos. El objeto desapareció “de golpe”.
¿Qué son esas cosas que se ven en el cielo? En ocasiones se pone uno un tanto nervioso al no poder saberlo, ¿no les ocurre a ustedes lo mismo?
jueves, 24 de enero de 2013
El chupacabras no es algo nuevo
En efecto, han escuchado bien. El famoso “Chupacabras” no es una leyenda moderna. Nuestro admirado Charles Fort, en su, hoy incontrable libro, “¡Lo!”, nos cuenta una historia sobre un chupador de sangres, cuya referencia encontró en los archivos del Museo Británico de Londres.
Según estos archivos, en enero de 1874, en la localidad de Cavan, Irlanda, “algo” mató hasta treinta ovejas en una noche, practicando incisiones en sus gargantas y chupándoles la sangre. Sin embargo, no probaba nada de carne.
El monstruo dejaba unas huellas alargadas, del tipo perruno, aunque mayores en tamaño y fuerza. El “animal” se ensañó también con otros condados hasta que un grupo de hombres decidió salir a cazarlo armados con todo tipo de herramientas. Cualquier perro errabundo que encontraban a su paso era directamente abatido.
En abril de 1874, la bestia merodeó por los alrededores de Limmerick, a unas cien millas de Cavan, atacando y mordiendo incluso a personas. Según el Weekly News, de Cavan del 17 de abril de aquel año, varias de las personas atacadas fueron encerradas en un asilo para dementes porque “actuaban bajo extraños síntomas de demencia”.
¿Fue este animal el predecesor del Chupacabras? Así sería si no fuera porque estos misteriosos chupadores de sangre han aparecido en otros tiempos y en otros lugares, muy separados de nosotros en los años... Pero esa es otra historia.
Según estos archivos, en enero de 1874, en la localidad de Cavan, Irlanda, “algo” mató hasta treinta ovejas en una noche, practicando incisiones en sus gargantas y chupándoles la sangre. Sin embargo, no probaba nada de carne.
El monstruo dejaba unas huellas alargadas, del tipo perruno, aunque mayores en tamaño y fuerza. El “animal” se ensañó también con otros condados hasta que un grupo de hombres decidió salir a cazarlo armados con todo tipo de herramientas. Cualquier perro errabundo que encontraban a su paso era directamente abatido.
En abril de 1874, la bestia merodeó por los alrededores de Limmerick, a unas cien millas de Cavan, atacando y mordiendo incluso a personas. Según el Weekly News, de Cavan del 17 de abril de aquel año, varias de las personas atacadas fueron encerradas en un asilo para dementes porque “actuaban bajo extraños síntomas de demencia”.
¿Fue este animal el predecesor del Chupacabras? Así sería si no fuera porque estos misteriosos chupadores de sangre han aparecido en otros tiempos y en otros lugares, muy separados de nosotros en los años... Pero esa es otra historia.
El ente
La relación sexual entre humanos y seres sobrenaturales es una leyenda constante desde las crónicas más antiguas. Demonios, espectros y dioses han encontrado apetecibles a las mujeres y a los hombres de este planeta desde el principio de la historia conocida.
Hace más de un siglo, cuando los primeros parapsicólogos se organizaron en centros de investigación e instituciones, se comenzó a estudiar el fenómeno de las violaciones del "más allá" desde una perspectiva crítica y rigurosa. Personajes de prestigio, como el astrónomo francés Flammarion o el filósofo Myers, advirtieron que la cuestión tenía un origen humano y no paranormal. Pero en una época en que el sexo y sus problemas eran temas mórbidos y oscuro pocos hicieron caso a los avisos. La gente prefirió escuchar a brujas y videntes que siguieron fomentando ideas demoníacas.
Con el transcurso del tiempo los investigadores analizaron caso tras caso chocando con personas padecedoras de desordenes psicológicos. No encontraron auténticas pruebas del fenómeno: Una chica que sufría abusos sexuales repetidamente por parte de su padrastro borraba todo de su mente y aseguraba ser victima de un fantasma, otra joven violada afirmaba que su embarazo se debía a la relación mantenida con un ser invisible.
Los íncubos y súcubos, demonios que abusaban de mujeres y hombres respectivamente, pasaron al mundo de las tradiciones y leyendas. Los parapsicólogos perdieron interés por el fenómeno. Durante décadas tampoco los profesionales de la mente le prestaron una atención especial englobándolo dentro de los diversos desordenes mentales.
Con la llegada de los revolucionarios años sesenta la parapsicología pareció volver a despertar. Se encararon los fenómenos paranormales desde una perspectiva diferente y se le aplicaron los métodos científicos que habían dado resultados espectaculares en otros campos. Pocos hablaban entonces de seres sobrenaturales. Tras redescubrir lo que se llegó a bautizar como "poder mental" varios gobiernos invirtieron dinero decantando los esfuerzos hacia su desarrollo y control. Se intentaba encontrar una utilidad práctica de ellos. Eran los años de la guerra fría y el espionaje psíquico pareció una realidad. En 1968 el doctor Barry E. Taff llegó al laboratorio de parapsicología de la Universidad de California, uniéndose a los diversos investigadores habían hallado nuevos sistemas prometedores con los para analizar las facultades especiales de la mente.
A principios de 1974 una mujer se acercó al departamento de psiquiatría de la universidad. Su nombre todavía nos es desconocido y ha sido nombrada como la señorita "B" o Doris D. Sólo sabemos que vivía en la localidad de Culver y que era viuda. Presentaba un cuadro interesante y aseguraba ser padecedora de fenómenos más que extraordinarios. Un ser espectral la atacaba sexualmente de modo repetido. El psiquiatra no tuvo problema a la hora de realizar su diagnóstico, todo parecía indicar que se trataba de un desorden mental, aunque ciertos detalles resultaban en verdad sorprendentes. Doris presentaba heridas y marcas semejantes a los producidos por ataques físicos violentos.
Taff se interesó por el caso y se entrevistó con la mujer. Según afirmaba otras personas, incluidos sus hijos, habían sido testigos de las agresiones. De esta forma comenzó la investigación de lo que fue conocido como "el ente". Durante meses fueron recopilados datos, pruebas y análisis. Kerry Gaynor hipnotizó a la mujer en busca de recuerdos que pudieran aportar alguna explicación, pero poco material valido se obtuvo de las sesiones. Algo pareció claro, la mujer necesitaba entrar en un estado especial de consciencia o incluso llegar a estar dormida para que la entidad se manifestara, lo que pareció dar la razón a los psiquiatras que hablaban de problemas psíquicos.
En el verano de ese año se montó un dispositivo especial para dar "caza" al Ente, pues su actividad había aumentado y Doris afirmaba que otros dos seres más pequeños le estaban ayudando. Taff y Gaynor junto a otros colegas se instalaron en casa de la mujer. Durante aquellos días los investigadores aseguraron ver extrañas bolas luminosas y Taff obtuvo dos fotografías que han pasado a la historia de la parapsicología.
Los psiquiatras comenzaron a preocuparse. Sus colegas parapsicólogos estaban sacando conclusiones prematuras. Casi todos hablaban de agresión sexual de un ser sobrenatural y hasta ese momento no se habían obtenido pruebas de ello. El doctor Donald Schwartz seguía opinando que no estaban ante ningún fenómeno desconocido y el psicólogo Howard Long insistió en que si se seguía con este tipo de investigación lo único que se conseguiría era lleva a Doris a un estado más profundo de esquizofrenia.
En 1977 la mujer fue llevada al laboratorio de la universidad. Tras pasar por tres embarazos psicológicos su estado empeoraba. Ni los especialistas de la mente ni los exorcista parecían poder ayudarla. En esta época los ataques se encontraban en pleno auge. Tras convulsiones y espasmos aparecían heridas inexplicables e incluso signos de violación. La investigación paralela sobre su vida dio con un dato significativo: De niña había sufrido abusos sexuales que ella no confesaba ¿Qué ocurría en la mente de Doris? ¿Tan fuerte era su represión interna como para autoprovocarse lesiones, embarazos y desgarros?. La polémica entre los parapsicólogos se desató. Para unos el caso estaba producido por un ser sobrenatural, para otros se trataba de un problema psicológico.
El escritor Frank de Felitta fue testigo de uno de los "trances" de Doris. Quedó tan impresionado que empezó a escribir una novela posteriormente llevada al cine: The Entity. La leyenda había comenzado. Aunque Doris se trasladó a Texas y desapareció de la historia de la parapsicología, la bien documentada obra de Frank de Felitta sigue siendo un punto de referencia para las personas que creen en los abusos sexuales de seres sobrenaturales, pese a que se trate de una novela de terror y ficción.
Hace más de un siglo, cuando los primeros parapsicólogos se organizaron en centros de investigación e instituciones, se comenzó a estudiar el fenómeno de las violaciones del "más allá" desde una perspectiva crítica y rigurosa. Personajes de prestigio, como el astrónomo francés Flammarion o el filósofo Myers, advirtieron que la cuestión tenía un origen humano y no paranormal. Pero en una época en que el sexo y sus problemas eran temas mórbidos y oscuro pocos hicieron caso a los avisos. La gente prefirió escuchar a brujas y videntes que siguieron fomentando ideas demoníacas.
Con el transcurso del tiempo los investigadores analizaron caso tras caso chocando con personas padecedoras de desordenes psicológicos. No encontraron auténticas pruebas del fenómeno: Una chica que sufría abusos sexuales repetidamente por parte de su padrastro borraba todo de su mente y aseguraba ser victima de un fantasma, otra joven violada afirmaba que su embarazo se debía a la relación mantenida con un ser invisible.
Los íncubos y súcubos, demonios que abusaban de mujeres y hombres respectivamente, pasaron al mundo de las tradiciones y leyendas. Los parapsicólogos perdieron interés por el fenómeno. Durante décadas tampoco los profesionales de la mente le prestaron una atención especial englobándolo dentro de los diversos desordenes mentales.
Con la llegada de los revolucionarios años sesenta la parapsicología pareció volver a despertar. Se encararon los fenómenos paranormales desde una perspectiva diferente y se le aplicaron los métodos científicos que habían dado resultados espectaculares en otros campos. Pocos hablaban entonces de seres sobrenaturales. Tras redescubrir lo que se llegó a bautizar como "poder mental" varios gobiernos invirtieron dinero decantando los esfuerzos hacia su desarrollo y control. Se intentaba encontrar una utilidad práctica de ellos. Eran los años de la guerra fría y el espionaje psíquico pareció una realidad. En 1968 el doctor Barry E. Taff llegó al laboratorio de parapsicología de la Universidad de California, uniéndose a los diversos investigadores habían hallado nuevos sistemas prometedores con los para analizar las facultades especiales de la mente.
A principios de 1974 una mujer se acercó al departamento de psiquiatría de la universidad. Su nombre todavía nos es desconocido y ha sido nombrada como la señorita "B" o Doris D. Sólo sabemos que vivía en la localidad de Culver y que era viuda. Presentaba un cuadro interesante y aseguraba ser padecedora de fenómenos más que extraordinarios. Un ser espectral la atacaba sexualmente de modo repetido. El psiquiatra no tuvo problema a la hora de realizar su diagnóstico, todo parecía indicar que se trataba de un desorden mental, aunque ciertos detalles resultaban en verdad sorprendentes. Doris presentaba heridas y marcas semejantes a los producidos por ataques físicos violentos.
Taff se interesó por el caso y se entrevistó con la mujer. Según afirmaba otras personas, incluidos sus hijos, habían sido testigos de las agresiones. De esta forma comenzó la investigación de lo que fue conocido como "el ente". Durante meses fueron recopilados datos, pruebas y análisis. Kerry Gaynor hipnotizó a la mujer en busca de recuerdos que pudieran aportar alguna explicación, pero poco material valido se obtuvo de las sesiones. Algo pareció claro, la mujer necesitaba entrar en un estado especial de consciencia o incluso llegar a estar dormida para que la entidad se manifestara, lo que pareció dar la razón a los psiquiatras que hablaban de problemas psíquicos.
En el verano de ese año se montó un dispositivo especial para dar "caza" al Ente, pues su actividad había aumentado y Doris afirmaba que otros dos seres más pequeños le estaban ayudando. Taff y Gaynor junto a otros colegas se instalaron en casa de la mujer. Durante aquellos días los investigadores aseguraron ver extrañas bolas luminosas y Taff obtuvo dos fotografías que han pasado a la historia de la parapsicología.
En 1977 la mujer fue llevada al laboratorio de la universidad. Tras pasar por tres embarazos psicológicos su estado empeoraba. Ni los especialistas de la mente ni los exorcista parecían poder ayudarla. En esta época los ataques se encontraban en pleno auge. Tras convulsiones y espasmos aparecían heridas inexplicables e incluso signos de violación. La investigación paralela sobre su vida dio con un dato significativo: De niña había sufrido abusos sexuales que ella no confesaba ¿Qué ocurría en la mente de Doris? ¿Tan fuerte era su represión interna como para autoprovocarse lesiones, embarazos y desgarros?. La polémica entre los parapsicólogos se desató. Para unos el caso estaba producido por un ser sobrenatural, para otros se trataba de un problema psicológico.
El escritor Frank de Felitta fue testigo de uno de los "trances" de Doris. Quedó tan impresionado que empezó a escribir una novela posteriormente llevada al cine: The Entity. La leyenda había comenzado. Aunque Doris se trasladó a Texas y desapareció de la historia de la parapsicología, la bien documentada obra de Frank de Felitta sigue siendo un punto de referencia para las personas que creen en los abusos sexuales de seres sobrenaturales, pese a que se trate de una novela de terror y ficción.
miércoles, 23 de enero de 2013
Lo que sucedió a la muerte de Cesar
En muchas ocasiones hemos dicho ya, que en esta sección intentamos no incluir historias demasiado antiguas, pues el tiempo suele distorsionar los acontecimientos y la visión que nuestros antepasados tenían de determinados sucesos estaban quizás contagiada por el fervor religioso y social del momento. Sin embargo, ellos también tenían ojos y me consta que eran tan buenos observadores como nosotros. Por ello, he decidido incluir esta historia, relatada por el historiador y moralista griego, Plutarco (Queronea, en Beocia, h. 50 –ibíd., h. 125), pues las implicaciones históricas que poseen, lo convierten en un caso digno de ser mencionada.
En el año 44 a. de C, sucedió en el mundo uno de los magnicidios más destacados de la época antigua: el apuñalamiento del César. Mucho se ha escrito sobre el particular e incluso el genial Williams Shakespeare, lo tomó como motivo para sus escritos. Sin embargo, Plutarco habló de ello en otros términos no tan pragmáticos, dejándonos en cambio un relato de lo más forteanos e insólitos. Veamos qué fue lo que nos dejó escrito:
Muchos dijeron que habían observado extraños prodigios y apariciones antes del suceso. Respecto a las luces en el cielo, los ruidos oídos en la noche, y las aves que se posaron en el foso, quizá no valga la pena hacer referencia a ello en un caso tan importante como éste. El filósofo Estrabón cuenta que se vio a algunos hombres que parecían arder luchando los unos contra los otros. Una llama brotó de la mano de un sirviente, de manera que quienes le vieron pensaron que se estaba quemando, pero al final resultó que no tenía ningún daño. Cuando César ofreció un sacrificio, no se halló el corazón de la víctima, un presagio funesto, puesto que ninguna criatura viviente puede subsistir sin corazón... El día anterior a su asesinato..., surgió entre ellos la cuestión de cuál sería la mejor forma de morir, a lo que él respondió de inmediato, antes de que nadie acertase a contestar: “Una muerte súbita”.
En el año 44 a. de C, sucedió en el mundo uno de los magnicidios más destacados de la época antigua: el apuñalamiento del César. Mucho se ha escrito sobre el particular e incluso el genial Williams Shakespeare, lo tomó como motivo para sus escritos. Sin embargo, Plutarco habló de ello en otros términos no tan pragmáticos, dejándonos en cambio un relato de lo más forteanos e insólitos. Veamos qué fue lo que nos dejó escrito:
Muchos dijeron que habían observado extraños prodigios y apariciones antes del suceso. Respecto a las luces en el cielo, los ruidos oídos en la noche, y las aves que se posaron en el foso, quizá no valga la pena hacer referencia a ello en un caso tan importante como éste. El filósofo Estrabón cuenta que se vio a algunos hombres que parecían arder luchando los unos contra los otros. Una llama brotó de la mano de un sirviente, de manera que quienes le vieron pensaron que se estaba quemando, pero al final resultó que no tenía ningún daño. Cuando César ofreció un sacrificio, no se halló el corazón de la víctima, un presagio funesto, puesto que ninguna criatura viviente puede subsistir sin corazón... El día anterior a su asesinato..., surgió entre ellos la cuestión de cuál sería la mejor forma de morir, a lo que él respondió de inmediato, antes de que nadie acertase a contestar: “Una muerte súbita”.
Historias sobre el cerebro
Muchas veces nos hemos hecho esa pregunta si saber realmente darle una respuesta satisfactoria. ¿Tiene el cerebro, realmente, la utilidad de hacernos pensar, sentir y hacernos mover? ¿Radica la memoria en esa materia gris? De no ser así, ¿Por qué es el órgano del cuerpo mejor protegido de todos? ¿Por qué cuando un neurocirujano toca una determinada parte del cerebro este reacciona tal y como se espera, despertando en la persona la función que se supone se encuentra ahí situada? Todo parece indicar que esa masa rugosa a la que llamamos cerebro, posee ciertamente todas las características que creemos de ella. Pero... Como dijo Charles Fort... yo no puedo decir que todos los mirlos son blancos porque un día vi dos negros. Veamos porque digo esto.
En 1935, en la maternidad del hospital de Saint Vincent, en Nueva York, nació un niño que presentaba unas pequeñas disfunciones motrices, pero que no afectaban, en general, a su condición de recién nacido. El niño lloraba, se alimentaba y se reía como un niño completamente normal. Pero he ahí, que cuando veintisiete días después murió de forma súbita, y se le hizo la autopsia, los médicos descubrieron, atónitos, que el infante... no tenía cerebro.
Pero veamos otro caso.
En 1940, el prestigioso neurólogo boliviano, Nicolás Ortiz, comunicó a la Sociedad de Antropología, un caso realmente curioso. Un niño de catorce años tenía un tumor en el cerebro que le causaba, ocasionalmente, algunos dolores de cabeza. El niño pensaba con lógica y lucidez y vivía como una persona completamente normal. Los médicos iban a operarle cuando el pobre muchacho murió sin que esta se llevara a efecto. Casi al instante, los doctores a su cuidado le realizaron una autopsia y descubrieron un tumor gigantesco adosada al cerebelo y el cerebro completamente despegado del bulbo raquídeo.
¿Cómo se explican estos dos casos? ¿Cómo un niño sin cerebro puede conocer lo que es la risa, el llanto o el hambre? ¿Cómo puede ser que un muchacho de catorce años viva tan solo con un ligero dolor de cabeza cuando su cerebelo está invadido por un tumor y su cerebro despegado del bulbo? ¿Qué son, por otra parte, los hidrocéfalos, esas gentes que en lugar de cerebro tiene una buena cantidad de agua?
Quizás los antiguos tenían razón, y la inteligencia se encuentra situada en todas las partes del cuerpo y no sólo en el cerebro. Fuera como fuere, he ahí unas buenas historias para añadir al catálogo de hechos forteanos.
En 1935, en la maternidad del hospital de Saint Vincent, en Nueva York, nació un niño que presentaba unas pequeñas disfunciones motrices, pero que no afectaban, en general, a su condición de recién nacido. El niño lloraba, se alimentaba y se reía como un niño completamente normal. Pero he ahí, que cuando veintisiete días después murió de forma súbita, y se le hizo la autopsia, los médicos descubrieron, atónitos, que el infante... no tenía cerebro.
Pero veamos otro caso.
En 1940, el prestigioso neurólogo boliviano, Nicolás Ortiz, comunicó a la Sociedad de Antropología, un caso realmente curioso. Un niño de catorce años tenía un tumor en el cerebro que le causaba, ocasionalmente, algunos dolores de cabeza. El niño pensaba con lógica y lucidez y vivía como una persona completamente normal. Los médicos iban a operarle cuando el pobre muchacho murió sin que esta se llevara a efecto. Casi al instante, los doctores a su cuidado le realizaron una autopsia y descubrieron un tumor gigantesco adosada al cerebelo y el cerebro completamente despegado del bulbo raquídeo.
¿Cómo se explican estos dos casos? ¿Cómo un niño sin cerebro puede conocer lo que es la risa, el llanto o el hambre? ¿Cómo puede ser que un muchacho de catorce años viva tan solo con un ligero dolor de cabeza cuando su cerebelo está invadido por un tumor y su cerebro despegado del bulbo? ¿Qué son, por otra parte, los hidrocéfalos, esas gentes que en lugar de cerebro tiene una buena cantidad de agua?
Quizás los antiguos tenían razón, y la inteligencia se encuentra situada en todas las partes del cuerpo y no sólo en el cerebro. Fuera como fuere, he ahí unas buenas historias para añadir al catálogo de hechos forteanos.
martes, 22 de enero de 2013
Cena con un muerto
Una de nuestras amables lectoras, acaba de remitirnos esta interesante historia. Es muy posible que no se trate exactamente de un hecho real, en su sentido estricto, sino más bien una leyenda o una de esas historias, cuyo contenido real, ha sido ligeramente edulcorado con el paso de los años. No obstante esto, nuestra lectora afirma que es auténtica, y en virtud de su interés intrínseco, la añadiremos a nuestra sección.
Muchas gracias, Martha.
He ahí lo que se cuenta:
Les mando este relato que leí esperando que les guste. Felicidades por su página.
La historia es verídica y sucedió en Jeréz de García Salinas, Zacatecas, hace ya varios años.
Hubo un entierro en el Panteón de Dolores, en el año 1882. Entonces era el único en toda la ciudad, y entre los asistentes a dicho sepelio se encontraba un señor de esos que siempre tratan de caer bien, sin saber que la mayoría de las veces son bastante desagradables sus comentarios. Y en esa ocasión no fue la excepción.
Al salir del cementerio se encontró con una calavera tirada en el suelo. En aquellos tiempos no era raro encontrar osamentas, sepulturas abiertas, etc., y el señor le dio un puntapié diciendo: “Esta noche te espero a cenar”. Se rió de su hazaña con la calavera y prosiguió sus labores cotidianas.
Al regresar de su trabajo, el hombre no recordaba el suceso de la mañana. Entró a su casa donde su esposa le esperaba con una sopa y tortilla para merendar.
Apenas se sentó en la mesa a comer, cuando en la puerta se oyó unos golpecitos. La señora fue abrir y ahí estaba un hombre delgado, vestido elegantemente, que le dijo que venía a cenar ya que su esposo le había invitado esa misma mañana. La mujer hizo pasar a aquel desconocido y al preguntarle a su marido de quién se trataba, no pudo contener su miedo. Al fin, aquel hombre se sentó y le fue servido un plato de sopa. No probó bocado. El burlón no podía creer lo que veía.
Cuando el invitado se disponía a retirarse, le dijo al anfitrión: “Ahora yo te invito a cenar a mi casa mañana... tú ya sabes dónde vivo”. Y se fue. El hombre no sabía qué hacer, estaba asustadísimo.
Fue al cura del pueblo y le explicó lo sucedido. El cura lo reprendió por su burla y le dijo que tenía que ir, de lo contrario el muerto vendría por él para llevarlo a su morada.
El cura le dijo que lo que debía hacer era llevar consigo a un niño de menos de 4 meses de edad hasta el panteón. Si el niño lloraba sin motivo antes de llegar a la sepultura de aquel hombre, se salvaría, de lo contrario, la muerte era su destino.
Por la noche, los vecinos del pueblo, junto al sacerdote, acompañaron al hombre hasta la puerta del camposanto. Allí le dieron a un niño en brazos y una antorcha.
Caminaba aquel hombre por debajo de los mezquites que silbaban con el viento, dándole a aquel lugar un aspecto espeluznante.
El niño no lloraba, ni gemía siquiera.
El hombre lo sacudió un poco para provocar un grito, pero la criatura parecía no estar incómoda.
El hombre ya sentía que su fin estaba cerca al ver la tumba indicada. Había una luz tenue proveniente del interior de la sepultura.
Casi al estar a tres pasos de la tumba, el niño lloró y el hombre salió corriendo cuál si alguien le persiguiera... y se libró esa noche de la muerte.
Dos días después, el hombre falleció de un ataque cardiaco provocado por aquella impresión.
Gracias. Martha de Jesús Flores.
Muchas gracias, Martha.
He ahí lo que se cuenta:
Les mando este relato que leí esperando que les guste. Felicidades por su página.
La historia es verídica y sucedió en Jeréz de García Salinas, Zacatecas, hace ya varios años.
Hubo un entierro en el Panteón de Dolores, en el año 1882. Entonces era el único en toda la ciudad, y entre los asistentes a dicho sepelio se encontraba un señor de esos que siempre tratan de caer bien, sin saber que la mayoría de las veces son bastante desagradables sus comentarios. Y en esa ocasión no fue la excepción.
Al salir del cementerio se encontró con una calavera tirada en el suelo. En aquellos tiempos no era raro encontrar osamentas, sepulturas abiertas, etc., y el señor le dio un puntapié diciendo: “Esta noche te espero a cenar”. Se rió de su hazaña con la calavera y prosiguió sus labores cotidianas.
Al regresar de su trabajo, el hombre no recordaba el suceso de la mañana. Entró a su casa donde su esposa le esperaba con una sopa y tortilla para merendar.
Apenas se sentó en la mesa a comer, cuando en la puerta se oyó unos golpecitos. La señora fue abrir y ahí estaba un hombre delgado, vestido elegantemente, que le dijo que venía a cenar ya que su esposo le había invitado esa misma mañana. La mujer hizo pasar a aquel desconocido y al preguntarle a su marido de quién se trataba, no pudo contener su miedo. Al fin, aquel hombre se sentó y le fue servido un plato de sopa. No probó bocado. El burlón no podía creer lo que veía.
Cuando el invitado se disponía a retirarse, le dijo al anfitrión: “Ahora yo te invito a cenar a mi casa mañana... tú ya sabes dónde vivo”. Y se fue. El hombre no sabía qué hacer, estaba asustadísimo.
Fue al cura del pueblo y le explicó lo sucedido. El cura lo reprendió por su burla y le dijo que tenía que ir, de lo contrario el muerto vendría por él para llevarlo a su morada.
El cura le dijo que lo que debía hacer era llevar consigo a un niño de menos de 4 meses de edad hasta el panteón. Si el niño lloraba sin motivo antes de llegar a la sepultura de aquel hombre, se salvaría, de lo contrario, la muerte era su destino.
Por la noche, los vecinos del pueblo, junto al sacerdote, acompañaron al hombre hasta la puerta del camposanto. Allí le dieron a un niño en brazos y una antorcha.
Caminaba aquel hombre por debajo de los mezquites que silbaban con el viento, dándole a aquel lugar un aspecto espeluznante.
El niño no lloraba, ni gemía siquiera.
El hombre lo sacudió un poco para provocar un grito, pero la criatura parecía no estar incómoda.
El hombre ya sentía que su fin estaba cerca al ver la tumba indicada. Había una luz tenue proveniente del interior de la sepultura.
Casi al estar a tres pasos de la tumba, el niño lloró y el hombre salió corriendo cuál si alguien le persiguiera... y se libró esa noche de la muerte.
Dos días después, el hombre falleció de un ataque cardiaco provocado por aquella impresión.
Gracias. Martha de Jesús Flores.
Una casualidad muy casual
He aquí una historia donde aquello que llamamos casualidad (podría ser otra cosa), juega un papel determinante. Sucedió en la localidad de El Paso, Texas, en junio de 1930.
Una noche, el policía motorizado, Allan Falby, persigue a un camión por exceso de velocidad y al llegar a una curva, la motocicleta se estrella contra el camión haciendo que Falby se rompa una arteria de la pierna derecha. Alfred Smith, conductor del furgón, detiene su vehículo y acude en auxilio del policía accidentado. Por suerte, su habilidad le lleva a aplicarle un torniquete y con ello logra salvarle la vida. De no haberlo hecho, Allan Filby hubiese muerto con toda probabilidad.
Transcurrieron cinco años. Una noche, el agente Filby se encuentra de nuevo patrullando las carreteras cuando por radio recibe un mensaje en el cual se le informa que un camión acaba de chocar contra un árbol en la Nacional 80. Filby acude presto al lugar del siniestro, adelantándose a la ambulancia, y allí se encuentra con el conductor completamente inconsciente y con una herida en la pierna izquierda de la cual fluye sangre en abundancia. Falby realiza un torniquete en la arteria lastimada del lesionado y con ello logra detener la hemorragia. Cuando las cosas se calman y el agente observa la cara de la víctima, su asombro no puede por menos de ser grande. Aquel hombre al cual acaba de salvar la vida, no es otro que Alfred Smith.
Una noche, el policía motorizado, Allan Falby, persigue a un camión por exceso de velocidad y al llegar a una curva, la motocicleta se estrella contra el camión haciendo que Falby se rompa una arteria de la pierna derecha. Alfred Smith, conductor del furgón, detiene su vehículo y acude en auxilio del policía accidentado. Por suerte, su habilidad le lleva a aplicarle un torniquete y con ello logra salvarle la vida. De no haberlo hecho, Allan Filby hubiese muerto con toda probabilidad.
Transcurrieron cinco años. Una noche, el agente Filby se encuentra de nuevo patrullando las carreteras cuando por radio recibe un mensaje en el cual se le informa que un camión acaba de chocar contra un árbol en la Nacional 80. Filby acude presto al lugar del siniestro, adelantándose a la ambulancia, y allí se encuentra con el conductor completamente inconsciente y con una herida en la pierna izquierda de la cual fluye sangre en abundancia. Falby realiza un torniquete en la arteria lastimada del lesionado y con ello logra detener la hemorragia. Cuando las cosas se calman y el agente observa la cara de la víctima, su asombro no puede por menos de ser grande. Aquel hombre al cual acaba de salvar la vida, no es otro que Alfred Smith.
lunes, 21 de enero de 2013
El misterioso vuelo de los carneros
Andreas Faber Kaiser, en su libro “El Muñeco Humano”, reproduce una historia tomada del libro “Historias prodigiosas y maravillosas”, escrito en francés por Pierre Bouisteau, Claude tesserant y François Beileforest y traducido al castellano por Andea Pescione. Se trata “de un prodigio que el año de 1579 se vio en Vizcaya, cerca de la villa de Bilbao”.
“Y este caso es tan infalible verdad –dice el texto- que humanamente ninguna cosa lo puede ser más, y el ilustre y docto varón, el licenciado Diego Álvarez de Solórzano, corregidor que era entonces de Vizcaya, en Bilbao, hizo del caso bastante información, con gran número de testigos, todos gente fidedigna, y de ello envío relación a la Majestad del Rey don Felipe, nuestro señor, de esta manera.”
Dice el relato que el 16 de septiembre de aquel año, un vecino de la villa, rico e hijodalgo, llamado San Juan de Yssasi, estaba asomado a la ventana de su casa, mirando a unos hombres que estaban vendimiando y observó que parecían alterados, mirando atentamente hacia la otra banda de la hondonada.
“Y él fue a donde estaban los vendimiadores. Y vio que en lo más hondo de un valle entre dos cerros (...) había una caverna o cueva.
Y vio que de ella salían muchos cuerpos o bultos, como borregos o medianos carneros, unos con cuernos y otros sin ellos; unos eran de color blanco y otros tenían el color más oscuro, tirando a amarillo (...) y conforme iban saliendo de aquella cueva, se levantaban en el aire a la altura de cuanto con la mano se puede tirar una piedra, y allí se desvanecían y no aparecían más. E iban saliendo otros que, conforme se iban levantando por el aire, chocaban con los que ya descendían.
“Y duró aquel combate como un cuarto de hora, y mostrando siempre la misma grandeza, al cabo de aquel tiempo todos juntos se bajaron a la boca de la cueva. Y en un instante pareció que allí uno de ellos se había convertido en un buey, así en la forma como en la grandeza. Y era de color hosco, oscuro tostado. Y sin detenerse, se metió por la espesura de un robledal que allí había. E iba con tal ímpetu, que mucho ganado que había por allí de vacas, yeguas y mulas, se espantaron y corrieron en diferentes direcciones. Y el buey nunca más apareció.
“El cuerpo de aquel buey no parecía ser vano ni fantástico como eran los de los carneros, de los cuales fueron palpados algunos y resultaron “vacíos”, “no sólidos”, como así mismo lo mostraba la ligereza con que subían y descendían por el aire.
“Pero el buey, cuando corrió, parecía que iba rompiendo el suelo y en el momento en que él hizo de sí aquella conversión, salieron de aquella cueva otros dos animales semejantes pero de mucha menor estatura. Y también ellos se emboscaron por el monte, aunque por diversos caminos.
“Después de aquello se vio que de la cueva salió gran cantidad de langostas, las cuales subieron por el aire a la misma altura que habían subido los carneros, y allí se combatieron un poco entre sí, y después todas juntas fueron a caer en una vaguada que está frente a casa de San Juan de Issasi, consumiéndose de tal forma que no se vieron más”.
Historia extraña donde las haya, ¿no les parece?
“Y este caso es tan infalible verdad –dice el texto- que humanamente ninguna cosa lo puede ser más, y el ilustre y docto varón, el licenciado Diego Álvarez de Solórzano, corregidor que era entonces de Vizcaya, en Bilbao, hizo del caso bastante información, con gran número de testigos, todos gente fidedigna, y de ello envío relación a la Majestad del Rey don Felipe, nuestro señor, de esta manera.”
Dice el relato que el 16 de septiembre de aquel año, un vecino de la villa, rico e hijodalgo, llamado San Juan de Yssasi, estaba asomado a la ventana de su casa, mirando a unos hombres que estaban vendimiando y observó que parecían alterados, mirando atentamente hacia la otra banda de la hondonada.
“Y él fue a donde estaban los vendimiadores. Y vio que en lo más hondo de un valle entre dos cerros (...) había una caverna o cueva.
Y vio que de ella salían muchos cuerpos o bultos, como borregos o medianos carneros, unos con cuernos y otros sin ellos; unos eran de color blanco y otros tenían el color más oscuro, tirando a amarillo (...) y conforme iban saliendo de aquella cueva, se levantaban en el aire a la altura de cuanto con la mano se puede tirar una piedra, y allí se desvanecían y no aparecían más. E iban saliendo otros que, conforme se iban levantando por el aire, chocaban con los que ya descendían.
“Y duró aquel combate como un cuarto de hora, y mostrando siempre la misma grandeza, al cabo de aquel tiempo todos juntos se bajaron a la boca de la cueva. Y en un instante pareció que allí uno de ellos se había convertido en un buey, así en la forma como en la grandeza. Y era de color hosco, oscuro tostado. Y sin detenerse, se metió por la espesura de un robledal que allí había. E iba con tal ímpetu, que mucho ganado que había por allí de vacas, yeguas y mulas, se espantaron y corrieron en diferentes direcciones. Y el buey nunca más apareció.
“El cuerpo de aquel buey no parecía ser vano ni fantástico como eran los de los carneros, de los cuales fueron palpados algunos y resultaron “vacíos”, “no sólidos”, como así mismo lo mostraba la ligereza con que subían y descendían por el aire.
“Pero el buey, cuando corrió, parecía que iba rompiendo el suelo y en el momento en que él hizo de sí aquella conversión, salieron de aquella cueva otros dos animales semejantes pero de mucha menor estatura. Y también ellos se emboscaron por el monte, aunque por diversos caminos.
“Después de aquello se vio que de la cueva salió gran cantidad de langostas, las cuales subieron por el aire a la misma altura que habían subido los carneros, y allí se combatieron un poco entre sí, y después todas juntas fueron a caer en una vaguada que está frente a casa de San Juan de Issasi, consumiéndose de tal forma que no se vieron más”.
Historia extraña donde las haya, ¿no les parece?
Un fantasma ante la cámara
Francisco A. Samper, un amable lector de nuestra de nuestra sección “Historias Auténticas del Más Allá”, nos remitió por E-mail la extraña historia que a continuación pasamos a conocer. Hemos respetado su correo, tal y como nos lo envió, con la intención de que el suceso sea conocido de boca del propio testigo. Esto es lo que nos contó:
“Saludos. Me llamo Paco y tengo cincuenta y dos años. Trabajo en una residencia-hospital para ancianos en San Francisco, California, como recepcionista de noche, y a raíz de un incidente que me vino sucediendo durante algo más de una semana, conecté con otro que me ocurrió a la edad de tres años, y del cual, por cierto, no tenía el más mínimo recuerdo.
Trataré de ir por partes. En el lugar donde trabajo, dispongo de un sistema de vigilancia digital con numerosas cámaras estratégicamente emplazadas rastreando las entradas y salidas del edificio y los diferentes pasillos que lo cruzan, veinte segundos antes de que cualquier imagen aparezca en los monitores. Es entonces cuando aparece un rótulo intermitente (ACT) avisándome que alguien se acerca a la cámara; de ese modo puedo revisar la pantalla y ampliar la imagen si lo deseo.
Hace una semana, sobre las 3:30 de la madrugada, observé el rótulo parpadeando y pensé: ¡Alguien viene! Pero para mi sorpresa nadie apareció en la pantalla. Al principio no le di la mayor importancia pero al cabo de unos minutos volvió a ocurrir lo mismo. Estuve pendiente de los monitores y efectivamente éstos me avisaban de una presencia pero, sin embargo, en ellos no se veía a nadie. Finalmente, hice una ronda y revisé la cámara. Todo estaba en orden; incluso tuve cuidado de comprobar que no había siquiera algún insecto pegado a la lente. Pues bien, esto ha venido ocurriendo durante algo más de una semana. He preguntado a los empleados de la compañía de seguridad, encargados del {mantenimiento de las videocámaras, y me aseguraron que todo funcionaba correctamente} (hemos colocado esta parte entre paréntesis, pues el mail de nuestro testigo sufrió aquí una alteración y nos resultaba difícil interpretarlo. No obstante, pensamos que esto fue lo que quería decirnos).
Unos días más tarde, hablé con mi madre y en broma le dije:
-¿Sabes que tengo un fantasma en mi trabajo?
A lo que ella me contestó:
-Tú siempre ves fantasmas. Cuando tenías tres años tu prima Pilar falleció de meningitis, y una tarde nos llegaste a tu tía y a mí, diciendo: “Mama, mama, la prima Pilar está en su sillita y dice que quiere su biberón; y está llorando porque tiene hambre”.
Las dos mujeres se miraron sorprendidas y mi tía se puso a llorar desconsolada, pues esa era la hora exacta en la que ella le daba de comer a su hija. Yo, como podrán suponer, era muy pequeño, y nadie me había dicho que mi prima había fallecido.
Cosas extrañas.
Francisco A. Samper.
“Saludos. Me llamo Paco y tengo cincuenta y dos años. Trabajo en una residencia-hospital para ancianos en San Francisco, California, como recepcionista de noche, y a raíz de un incidente que me vino sucediendo durante algo más de una semana, conecté con otro que me ocurrió a la edad de tres años, y del cual, por cierto, no tenía el más mínimo recuerdo.
Trataré de ir por partes. En el lugar donde trabajo, dispongo de un sistema de vigilancia digital con numerosas cámaras estratégicamente emplazadas rastreando las entradas y salidas del edificio y los diferentes pasillos que lo cruzan, veinte segundos antes de que cualquier imagen aparezca en los monitores. Es entonces cuando aparece un rótulo intermitente (ACT) avisándome que alguien se acerca a la cámara; de ese modo puedo revisar la pantalla y ampliar la imagen si lo deseo.
Hace una semana, sobre las 3:30 de la madrugada, observé el rótulo parpadeando y pensé: ¡Alguien viene! Pero para mi sorpresa nadie apareció en la pantalla. Al principio no le di la mayor importancia pero al cabo de unos minutos volvió a ocurrir lo mismo. Estuve pendiente de los monitores y efectivamente éstos me avisaban de una presencia pero, sin embargo, en ellos no se veía a nadie. Finalmente, hice una ronda y revisé la cámara. Todo estaba en orden; incluso tuve cuidado de comprobar que no había siquiera algún insecto pegado a la lente. Pues bien, esto ha venido ocurriendo durante algo más de una semana. He preguntado a los empleados de la compañía de seguridad, encargados del {mantenimiento de las videocámaras, y me aseguraron que todo funcionaba correctamente} (hemos colocado esta parte entre paréntesis, pues el mail de nuestro testigo sufrió aquí una alteración y nos resultaba difícil interpretarlo. No obstante, pensamos que esto fue lo que quería decirnos).
Unos días más tarde, hablé con mi madre y en broma le dije:
-¿Sabes que tengo un fantasma en mi trabajo?
A lo que ella me contestó:
-Tú siempre ves fantasmas. Cuando tenías tres años tu prima Pilar falleció de meningitis, y una tarde nos llegaste a tu tía y a mí, diciendo: “Mama, mama, la prima Pilar está en su sillita y dice que quiere su biberón; y está llorando porque tiene hambre”.
Las dos mujeres se miraron sorprendidas y mi tía se puso a llorar desconsolada, pues esa era la hora exacta en la que ella le daba de comer a su hija. Yo, como podrán suponer, era muy pequeño, y nadie me había dicho que mi prima había fallecido.
Cosas extrañas.
Francisco A. Samper.
domingo, 20 de enero de 2013
El misterioso caballero blanco
El famoso divulgador de lo paranormal y creador del término “realismo fantástico”, Jacques Bergier, nos cuenta en su libro “visa pour une autre terre” la siguiente historia, digna de la más fantástica novela de misterio. Dejaremos que sea el propio autor quien nos lo cuente:
“La leyenda del caballero blanco que voy a contar, no puede, por desgracia, ser presentada más que como una leyenda. Cuando estos acontecimientos ocurrieron en Lyon, yo me encontraba ya en el campo de concentración y, por lo tanto, no asistí a ellos personalmente. Después de la guerra, recogí algunos testimonios y asimismo los solicité por intermedio de un semanario hoy desaparecido y que se llamaba “Demain”.
Recogí muchos testimonios, todos contradictorios. Todos procedían de algún no-lionés que había residido en Lyon durante la guerra. Los propios lioneses no hablan nunca y tampoco han salido de su mutismo en esta ocasión.
Estamos, pues, en el Lyon ocupado. Lugar destacado de la Resistencia y el más terrible de la ocupación. A comienzos de 1944, apareció allí un hombre que se hacía llamar el Caballero Blanco, que quería combatir al nazismo a través de la magia blanca. La Gestapo tuvo noticias de ello, y un día de mayo de 1944 rodeó la villa en la que vivía este personaje, en los suburbios de Lyon.
Unos agentes de la Gestapo lo vieron entrar, y diez minutos más tarde ellos mismos penetraron en la villa. Estaba vacía. No se encontró ningún pasaje secreto ni ninguna explicación racional. El relato de la Gestapo llega a la conclusión de un “caso inexplicable”. El desaparecido había desaparecido sin dejar rastro, como si hubiera estado a bordo de un buque hundido por la marina de la guerra alemana”.
“La leyenda del caballero blanco que voy a contar, no puede, por desgracia, ser presentada más que como una leyenda. Cuando estos acontecimientos ocurrieron en Lyon, yo me encontraba ya en el campo de concentración y, por lo tanto, no asistí a ellos personalmente. Después de la guerra, recogí algunos testimonios y asimismo los solicité por intermedio de un semanario hoy desaparecido y que se llamaba “Demain”.
Recogí muchos testimonios, todos contradictorios. Todos procedían de algún no-lionés que había residido en Lyon durante la guerra. Los propios lioneses no hablan nunca y tampoco han salido de su mutismo en esta ocasión.
Estamos, pues, en el Lyon ocupado. Lugar destacado de la Resistencia y el más terrible de la ocupación. A comienzos de 1944, apareció allí un hombre que se hacía llamar el Caballero Blanco, que quería combatir al nazismo a través de la magia blanca. La Gestapo tuvo noticias de ello, y un día de mayo de 1944 rodeó la villa en la que vivía este personaje, en los suburbios de Lyon.
Unos agentes de la Gestapo lo vieron entrar, y diez minutos más tarde ellos mismos penetraron en la villa. Estaba vacía. No se encontró ningún pasaje secreto ni ninguna explicación racional. El relato de la Gestapo llega a la conclusión de un “caso inexplicable”. El desaparecido había desaparecido sin dejar rastro, como si hubiera estado a bordo de un buque hundido por la marina de la guerra alemana”.
El niño, el perro y la telepatía
En la década de 1920, el periódico “Daily News”, recogió en sus páginas un suceso realmente extraño. Más tarde, Dennis Bardens, lo incluyó en su extraordinario libro “Poderes secretos de los animales”. Esto es lo que contaba:
Mi esposa había ido de compras al centro llevándose a Bill, el bulldog de la familia. Debido a un resfriado, nuestro hijo Christopher, de cinco años, se quedó en casa conmigo. Estábamos sentados junto a la lumbre, casi en penumbra, escuchando la radio. Debían de ser las cinco y veinte, pues la «Hora de los Niños" había empezado unos cinco minutos antes. De repente, en medio de un gracioso relato, Christopher lanzó un grito extraño y sordo. Lo miré y vi horrorizado que sus ojos fulguraban como los de una bestia, cambiando del verde al rojo y del rojo al verde. El grito sordo se repitió; era como el aullido propio de un perro o un lobo, pero, desde luego, no humano.
Me precipité hacia el niño y lo abracé. Temblaba. Tenía una palidez mortal. Lentamente el aullido se extinguió y el horrible fulgor desapareció de sus ojos. Dijo entre sollozos: «Están matando a mi perro. Mi pobre Bill está muerto.»
Poco más tarde mi esposa llegó en taxi, profundamente perturbada. En la calle había aparecido un perro alsaciano rabioso. Perseguido por una multitud enardecida, saltó sobre mi esposa y la derribó. De no haber sido por Bill, la hubiese mordido. Bill se arrojó sobre el cuello del alsaciano, los dos perros se trabaron en lucha y en plena pelea un policía tuvo que matarlos a ambos. Eso ocurrió a las cinco y veinte.
¿Telepatía entre el animal y su pequeño amo? Quién sabe.
Mi esposa había ido de compras al centro llevándose a Bill, el bulldog de la familia. Debido a un resfriado, nuestro hijo Christopher, de cinco años, se quedó en casa conmigo. Estábamos sentados junto a la lumbre, casi en penumbra, escuchando la radio. Debían de ser las cinco y veinte, pues la «Hora de los Niños" había empezado unos cinco minutos antes. De repente, en medio de un gracioso relato, Christopher lanzó un grito extraño y sordo. Lo miré y vi horrorizado que sus ojos fulguraban como los de una bestia, cambiando del verde al rojo y del rojo al verde. El grito sordo se repitió; era como el aullido propio de un perro o un lobo, pero, desde luego, no humano.
Me precipité hacia el niño y lo abracé. Temblaba. Tenía una palidez mortal. Lentamente el aullido se extinguió y el horrible fulgor desapareció de sus ojos. Dijo entre sollozos: «Están matando a mi perro. Mi pobre Bill está muerto.»
Poco más tarde mi esposa llegó en taxi, profundamente perturbada. En la calle había aparecido un perro alsaciano rabioso. Perseguido por una multitud enardecida, saltó sobre mi esposa y la derribó. De no haber sido por Bill, la hubiese mordido. Bill se arrojó sobre el cuello del alsaciano, los dos perros se trabaron en lucha y en plena pelea un policía tuvo que matarlos a ambos. Eso ocurrió a las cinco y veinte.
¿Telepatía entre el animal y su pequeño amo? Quién sabe.
sábado, 19 de enero de 2013
Imágenes que nos hicieron creer en lo paranormal
Ver de ver, pues la verdad no veíamos nada. Con estas imágenes se escribieron artículos y libros que nos convencieron de la existencia de fenómenos paranormales.
El fantasma de una bruja
El escritor e hipnólogo, Aymerich, en su libro “El Hipnotismo Prodigioso”, nos cuenta una historia realmente aterradora, ocurrida en su propia casa. Conozcamos la historia sin más dilación.
“Permítaseme que consigne aquí un hecho que me ocurrió hace pocos años, en enero de 1903. Un amigo me dio la noticia de que en cierta calle de los barrios de Chamberí existía una bruja en quien la gente depositaba gran confianza.
Juntos fuimos, y ya fuese por razones de espontánea antipatía o porque la molestase algunas de mis palabras, a las primeras que cruzamos, empezamos a responder acremente y terminó por amenazarnos con que bien pronto tendríamos alguna prueba de lo que sabía realizar.
No hicimos mucho caso de sus promesas, pero al regresar mi amigo y yo, comentando lo ocurrido, recuerdo que le dije que no podían echarse en saco roto las malas intenciones de ciertas personas, brujas o no, porque la eficacia del odio dependía a veces, más de las facultades exteriorizadoras del individuo, que de su pericia en semejantes hazañas.
A los dos o tres días de esto, estando en mi gabinete de trabajo, a altas horas de la noche, dieron en la puerta que estaba medio abierta tan enorme y efectivo golpetazo, que vino a pegar contra sus quicios, cerrándose con violencia inaudita.
Suspenso quedé un instante, no sabiendo a qué atribuir el fenómeno, pues los balcones estaban cerrados, así los cristales como las maderas y, en consecuencia, no podía existir corriente de aire. En la casa todo el mundo estaba en la cama, excepto yo, que me había quedado trabajando para concluir con la mayor urgencia posible el último capítulo de una de mis obras.
Dejé la pluma, salí al pasillo, busqué por todas partes y nada hallé que pudiera darme una natural solución al enigma; pero al volver al gabinete, pasando por el pasillo, que en su mitad hacía recodo, un extraño soplido me apagó la luz; al propio tiempo sentí unos pasos delante de mí y otro porrazo enorme dentro de la habitación.
En el acto recordé la amenaza de la bruja y a escape quise entrar en el gabinete. La puerta estaba cerrada: hice fuerza para abrirla pronto y se resistió el pestillo a girar, como si por el otro lado alguien lo impidiera. Apreté con toda la energía y de pronto cedió, franqueándome el paso. Encendí la luz y vi que me habían vertido el tintero sobre las cuartillas, que habían arrojado mis libros desde la mesa al suelo y que el sillón estaba tirado como si hubiera recibido un violento puntapié.
Me puse a arreglar aquel desorden, poseído del coraje mayor que he experimentado en la vida y al levantar la vista de los papeles observé que se movía el cortinaje que cubría, a medias, la entrada de mi dormitorio y que en el fondo oscuro de él, en la parte del rincón que quedaba enfrente, “algo” se destacaba en forma imprecisa y vaporosa, semejante, en cierto modo, a la silueta de una persona que estuviera envuelta en amplio ropaje.
Sin reflexionar apenas, cogí un pesado pisapapeles de bronce que, al alcance de mi mano, sobre la mesa había, y lo tiré contra la indecisa aparición, con tal fuerza, que dejó en el escayolado de la pared profunda marca. En este preciso instante, el reloj de la cercana iglesia del Buen Suceso dio las cuatro de la madrugada.
Nervioso y mal impresionado, pasé en pie el resto de la noche, sin que nada más ocurriera. Por la mañana vino mi amigo y le referí el caso. No obstante mis explicaciones, dijo que creía más bien que todo fuera producto de una alucinación y, para llegar al convencimiento, me propuso que fuéramos a la casa de su supuesta bruja.
En el acto nos pusimos en camino, y cuál no sería la estupefacción de mi acompañante al saber que la persona que buscábamos no podía recibirnos porque la anterior noche, según nos manifestaron, se había dado un golpe tremendo en un hombro, lo que la tenía en cama, haciéndole pasar muchos dolores. Insistimos en verla y, al fin, nos recibió.
¡Qué expresión la de sus verdes ojos, al fijarse en nuestras personas!
-¿A qué vienen ustedes? –dijo- ¿Es que ignoran lo que me ha ocurrido? ¿No saben quien me ha hecho esto?
Y tirando de un improvisado vendaje, nos mostró el amoratado hombro y una herida contusa que en él tenía.
-¿Se ha vuelto usted loca? –le respondí- Vengo a visitarla porque necesito preguntarle algo y no podía presumir que estuviese usted lesionada, ni tengo nada que ver con eso.
-Bueno, como usted quiera –contestó-; pero lo que sí puedo decirle es que no deseo volverle a ver y que... ¡Tengamos la fiesta en paz! Para prueba, basta lo ocurrido. Espero que no se le ocurra decir nada a nadie.
Después, algunas veces nos hemos encontrado. Nunca más se habló del asunto, y en toda ocasión ha aparentado que no me conocía”.
Historia interesante, ¿no creen?
“Permítaseme que consigne aquí un hecho que me ocurrió hace pocos años, en enero de 1903. Un amigo me dio la noticia de que en cierta calle de los barrios de Chamberí existía una bruja en quien la gente depositaba gran confianza.
Juntos fuimos, y ya fuese por razones de espontánea antipatía o porque la molestase algunas de mis palabras, a las primeras que cruzamos, empezamos a responder acremente y terminó por amenazarnos con que bien pronto tendríamos alguna prueba de lo que sabía realizar.
No hicimos mucho caso de sus promesas, pero al regresar mi amigo y yo, comentando lo ocurrido, recuerdo que le dije que no podían echarse en saco roto las malas intenciones de ciertas personas, brujas o no, porque la eficacia del odio dependía a veces, más de las facultades exteriorizadoras del individuo, que de su pericia en semejantes hazañas.
A los dos o tres días de esto, estando en mi gabinete de trabajo, a altas horas de la noche, dieron en la puerta que estaba medio abierta tan enorme y efectivo golpetazo, que vino a pegar contra sus quicios, cerrándose con violencia inaudita.
Suspenso quedé un instante, no sabiendo a qué atribuir el fenómeno, pues los balcones estaban cerrados, así los cristales como las maderas y, en consecuencia, no podía existir corriente de aire. En la casa todo el mundo estaba en la cama, excepto yo, que me había quedado trabajando para concluir con la mayor urgencia posible el último capítulo de una de mis obras.
Dejé la pluma, salí al pasillo, busqué por todas partes y nada hallé que pudiera darme una natural solución al enigma; pero al volver al gabinete, pasando por el pasillo, que en su mitad hacía recodo, un extraño soplido me apagó la luz; al propio tiempo sentí unos pasos delante de mí y otro porrazo enorme dentro de la habitación.
En el acto recordé la amenaza de la bruja y a escape quise entrar en el gabinete. La puerta estaba cerrada: hice fuerza para abrirla pronto y se resistió el pestillo a girar, como si por el otro lado alguien lo impidiera. Apreté con toda la energía y de pronto cedió, franqueándome el paso. Encendí la luz y vi que me habían vertido el tintero sobre las cuartillas, que habían arrojado mis libros desde la mesa al suelo y que el sillón estaba tirado como si hubiera recibido un violento puntapié.
Me puse a arreglar aquel desorden, poseído del coraje mayor que he experimentado en la vida y al levantar la vista de los papeles observé que se movía el cortinaje que cubría, a medias, la entrada de mi dormitorio y que en el fondo oscuro de él, en la parte del rincón que quedaba enfrente, “algo” se destacaba en forma imprecisa y vaporosa, semejante, en cierto modo, a la silueta de una persona que estuviera envuelta en amplio ropaje.
Sin reflexionar apenas, cogí un pesado pisapapeles de bronce que, al alcance de mi mano, sobre la mesa había, y lo tiré contra la indecisa aparición, con tal fuerza, que dejó en el escayolado de la pared profunda marca. En este preciso instante, el reloj de la cercana iglesia del Buen Suceso dio las cuatro de la madrugada.
Nervioso y mal impresionado, pasé en pie el resto de la noche, sin que nada más ocurriera. Por la mañana vino mi amigo y le referí el caso. No obstante mis explicaciones, dijo que creía más bien que todo fuera producto de una alucinación y, para llegar al convencimiento, me propuso que fuéramos a la casa de su supuesta bruja.
En el acto nos pusimos en camino, y cuál no sería la estupefacción de mi acompañante al saber que la persona que buscábamos no podía recibirnos porque la anterior noche, según nos manifestaron, se había dado un golpe tremendo en un hombro, lo que la tenía en cama, haciéndole pasar muchos dolores. Insistimos en verla y, al fin, nos recibió.
¡Qué expresión la de sus verdes ojos, al fijarse en nuestras personas!
-¿A qué vienen ustedes? –dijo- ¿Es que ignoran lo que me ha ocurrido? ¿No saben quien me ha hecho esto?
Y tirando de un improvisado vendaje, nos mostró el amoratado hombro y una herida contusa que en él tenía.
-¿Se ha vuelto usted loca? –le respondí- Vengo a visitarla porque necesito preguntarle algo y no podía presumir que estuviese usted lesionada, ni tengo nada que ver con eso.
-Bueno, como usted quiera –contestó-; pero lo que sí puedo decirle es que no deseo volverle a ver y que... ¡Tengamos la fiesta en paz! Para prueba, basta lo ocurrido. Espero que no se le ocurra decir nada a nadie.
Después, algunas veces nos hemos encontrado. Nunca más se habló del asunto, y en toda ocasión ha aparentado que no me conocía”.
Historia interesante, ¿no creen?
Mensaje en una botella
El 11 de octubre de 2000, el periódico CNN en español (www.cnnenespañol.com), se hizo eco de una noticia proporcionada por Reuters. Lo que ésta nos cuenta, no puede por menos de dejarnos con una sonrisa en los labios y con una extraña sensación de que las casualidades no existen. Ésta es la noticia, íntegramente:
Un mensaje en una botella regresa a su autor… 44 años después
WELLINGTON (Reuters) -- Unos 44 años después de haber sido lanzado desde un barco en el Océano Indico, un mensaje en una botella apareció en Nueva Zelanda, no muy lejos de la casa del autor.
El austriaco Hans Schwarz, de 66 años, escribió el mensaje en inglés y alemán mientras se dirigía a Australia, para participar en las Olimpiadas de 1956 en Melbourne, informó el martes el diario Evening Post.
La nota, la cual incluía una línea sobre la búsqueda "de una mujer del Pacífico", fue encontrada por un hombre que vive a unos 70 kilómetros al norte de Wellington, donde reside actualmente Schwarz.
El contenido del mensaje, ni la identidad de la persona que lo encontró, han sido revelados, porque el sujeto firmó un acuerdo de exclusividad, dijo el diario.
Schwarz, quien recibió un telefonema de la persona que encontró el mensaje, se mostró sorprendido de que éste hubiera aparecido.
"Es una posibilidad de un millón contra una… Pudo haber aparecido en Chile o en una isla del Pacífico, y luego haber sido arrastrado por las aguas nuevamente", dijo.
Como decía Arthur Machen, “hay cosas extrañas profundamente enterradas en los rincones oscuros de los periódicos”.
Un mensaje en una botella regresa a su autor… 44 años después
WELLINGTON (Reuters) -- Unos 44 años después de haber sido lanzado desde un barco en el Océano Indico, un mensaje en una botella apareció en Nueva Zelanda, no muy lejos de la casa del autor.
El austriaco Hans Schwarz, de 66 años, escribió el mensaje en inglés y alemán mientras se dirigía a Australia, para participar en las Olimpiadas de 1956 en Melbourne, informó el martes el diario Evening Post.
La nota, la cual incluía una línea sobre la búsqueda "de una mujer del Pacífico", fue encontrada por un hombre que vive a unos 70 kilómetros al norte de Wellington, donde reside actualmente Schwarz.
El contenido del mensaje, ni la identidad de la persona que lo encontró, han sido revelados, porque el sujeto firmó un acuerdo de exclusividad, dijo el diario.
Schwarz, quien recibió un telefonema de la persona que encontró el mensaje, se mostró sorprendido de que éste hubiera aparecido.
"Es una posibilidad de un millón contra una… Pudo haber aparecido en Chile o en una isla del Pacífico, y luego haber sido arrastrado por las aguas nuevamente", dijo.
Como decía Arthur Machen, “hay cosas extrañas profundamente enterradas en los rincones oscuros de los periódicos”.
jueves, 17 de enero de 2013
El explorador Fawcett y los fantasmas en Bolivia
P. H. Fawcett, fue un extraordinario explorador inglés, que acabó despareciendo en las selvas de Matto Grosso, en 1925, junto con su hijo y un amigo de éste, buscando las minas de Muribeca . Por suerte, nos dejó escrito un libro, llamado "Exploración", en el que nos cuenta cuales fueron sus vivencias en Sudamérica y el resultado de sus expediciones. Como explorador, Fawcett es bien conocido, sin embargo, en uno de los momentos de su escrito, nos relata un suceso extraordinario de la que él fue protagonista. Ocurrió a principios del año 1913, en un pueblo boliviano llamado Santa Cruz de la Sierra, en las proximidades del Río Mamoré. Pero veamos qué es lo que nos cuenta:
"Todd estaba muy enfermo, y antes que pudiésemos avanzar hacia el este, era necesario regresar a La Paz y tomarle pasaje para su patria. Decidimos permanecer en la ciudad durante un mes para reponernos y recuperarnos para el arduo viaje a Cochabamba, y en lugar de detenernos en el hotel, que era bueno, pero demasiado bullicioso debido a los borrachos, arrendé una casa por una suma irrisoria. Santa Cruz no era un lugar especialmente interesante para permanecer en él. Las calles eran de arena, por lo que en tiempo lluvioso se formaban una serie de charcos que se cruzaban por medio de piedras bastante inseguras (...)
Como el resto del grupo prefirió ir al hotel, antes que a la casa, me alegré de la oportunidad de poner al día todo el trabajo geográfico. Un arriero cesante se ofreció para cocinar; Así él actuaba en las dependencias de atrás, en tanto que yo colgué mi hamaca en la gran pieza delantera. El amoblado consistía en una mesa, dos sillas, un estante para libros y una lámpara. No había catre, pero esto no me preocupó, pues en las casas de estos lugares siempre se encontraban ganchos para colgar la hamaca.
La primera noche aseguré las puertas y ventanas de madera, y el arriero salió al fondo, a su cuarto. Me subí a mi hamaca y me acomodé para disfrutar de un confortable descanso. Yacía quieto después de apagar la luz, esperando que llegase el sueño, cuando sentí algo que frotaba el suelo. "¡Culebras!", pensé, y rápidamente encendí la lámpara. No había nada, y creí que habría sido el arriero que se movía al otro lado de la puerta. En cuanto hube apagado otra vez la luz, se reanudó de nuevo el mismo ruido, y un ave cruzó la pieza graznando bulliciosamente. Volví a encender la luz, extrañado de que pudiese haber entrado un pájaro, y otra vez no encontré nada. Al momento de apagar la luz por segunda vez sentí un arrastrar de pies sobre el piso, como de un anciano lisiado que avanzase trabajosamente en zapatillas de paño. Esto fue demasiado. Encendí la lámpara y la dejé así.
A la mañana siguiente se presentó el arriero, con cara asustada.
-Lamento tener que abandonarle, señor –dijo-. No puedo seguir aquí.
-¿Por qué no? ¿qué sucede?
-Hay bultos (fantasmas) en esta casa, señor. Esto no me agrada.
-disparates, hombre –dije, en son de mofa-. No hay nada. Si usted no quiere pasar la noche solo, traiga sus cosas para acá. Hay espacio de más para dos.
-Muy bien, señor. Si me deja dormir aquí, me quedaré.
Aquella noche, el arriero se envolvió en su manta y se acostó en un rincón, y yo, trepándome a mi hamaca, apagué la luz. En cuanto estuvimos a oscuras, se sintió el ruido de un libro que era lanzado a través de la pieza, acompañado del revoloteo de sus hojas. Pareció estrellarse contra la pared, encima de mí; pero al encender la luz no vi nada, excepto al arriero enterrado en sus mantas. Apagué la luz y el "pájaro" volvió, seguido del "anciano en zapatillas". Después de esto dejé la luz encendida y cesaron los fantasmas.
En la tercera noche, la oscuridad fue saludada con fuertes golpes secos en la pared, y, después de esto, con un estallido de muebles. Encendí la lámpara, y, como de costumbre, no había nada que ver. Pero el arriero se levantó, abrió la puerta, y sin decir una palabra, huyó en la oscuridad de la noche. Cerré, aseguré la puerta de nuevo y me acosté, pero en cuanto hube apagado la luz, pareció que se levantaba la mesa y que era arrojada con gran violencia sobre el suelo de ladrillos, mientras volaban varios libros por el aire. Cuando encendí, nada se veía alterado. Después volvió el ave y a continuación el anciano, que entró acompañado del ruido de una puerta que se abría. Mi sistema nervioso estaba en excelentes condiciones, pero de todas maneras, esto era más de lo que podía soportar, por lo que al día siguiente abandoné la casa, para trasladarme al hotel. ¡Por lo menos los bulliciosos borrachos eran humanos!
Haciendo las averiguaciones respecto a la casa, supe que nadie quería vivir en ella por su pésima reputación. El bulto tenía la fama de ser el fantasma de alguno que había ocultado plata en las habitaciones, un tesoro que nadie antes había tenido la temeridad de buscar."
Pero Fawcett, continua:
"Mi aparecido, aunque ruidoso, era a mi entender, menos desalentador que el objeto que frecuentaba otra casa muy conocida de la ciudad, por lo menos para uno no versado en las costumbres de los espectros. Aquí se decía que el fantasma se inclinaba sobre cualquiera que estuviese acostado en una determinada habitación, para agarrar la víctima con una mano huesuda y soplarle un aliento fétido en el rostro. Varios ocupantes de esa casa se habían vuelto locos y ahora el lugar estaba abandonado."
Esta historia la podrán encontrar en el libro "A Través de la Selva Amazónica" de la editorial Zig-zag.
La bola humana
He aquí una historia realmente curiosa. Desconocemos quién fue exactamente su protagonista, pero sabemos que es una alemana y que el relato apareció en un semanario de dicho país en los años setenta. La experiencia transcurrió cuando dicha mujer decidió escalar los Alpes bávaros en los años cincuenta. Esto es lo que contaba:
Comprenderá que es una escalada algo pesada, pero hay buen camino para subir y y también para bajar, sólo que no hay que pasarlo por alto, como hice yo. Había comenzado el descenso un poco tarde ya empezaba a faltar la luz, por lo que me encontré en un posición realmente peligrosa.
De hecho, un año después un joven cayó y se mató exactamente en el mismo lugar en el que yo tuve conciencia de hallarme en una posición casi desesperada. De pronto, vi una especie de gran bola de luz que se condensó, tomando la forma de un caballero alto, de aspecto algo achinado.
Lo extraordinario fue que no sentí ni pizca de miedo o de asombro; en ese momento todo me pareció muy natural. El caballero se inclinó, dijo unas palabras, me condujo hasta el sendero de los turistas y desapareció en forma de bola de luz.
¿Una alucinación? ¿Un ente real? Por desgracia no podemos dar una explicación.
Comprenderá que es una escalada algo pesada, pero hay buen camino para subir y y también para bajar, sólo que no hay que pasarlo por alto, como hice yo. Había comenzado el descenso un poco tarde ya empezaba a faltar la luz, por lo que me encontré en un posición realmente peligrosa.
De hecho, un año después un joven cayó y se mató exactamente en el mismo lugar en el que yo tuve conciencia de hallarme en una posición casi desesperada. De pronto, vi una especie de gran bola de luz que se condensó, tomando la forma de un caballero alto, de aspecto algo achinado.
Lo extraordinario fue que no sentí ni pizca de miedo o de asombro; en ese momento todo me pareció muy natural. El caballero se inclinó, dijo unas palabras, me condujo hasta el sendero de los turistas y desapareció en forma de bola de luz.
¿Una alucinación? ¿Un ente real? Por desgracia no podemos dar una explicación.
miércoles, 16 de enero de 2013
Un sueño bélico que se hizo realidad
El gran Camille Flammarion, en su desaparecido libro, “Las Casas de Duendes”, editado por la editorial Aguilar, nos cuenta una historia que vale la pena recuperar. Le fue referida el ex sargento mayor de la compañía de franco-tiradores de Neuilly-Sur-Seine. Rëginer. Veamos de qué se trata:
“En 1869, en el momento del plebiscito, tuve un sueño mejor dicho, una pesadilla terrible.
En ella, veíame soldado en plena guerra, y sufriendo todas las exigencias de la vida militar: la marcha, el hambre, la sed. Oía las voces de mando, el tiroteo, el ruido del cañón, veía caer muertos y heridos a mi alrededor y oía sus gritos.
De pronto, me encontraba en un país, en un pueblecito, donde teníamos que sostener un ataque terrible del enemigo, formado por prusianos, bávaros, y dragones bandenses. He de hacer notar que jamás había visto aquellos uniformes, y que por entonces o se hablaba nada de guerra. En un momento determinado vi a uno de nuestros oficiales subir al campanario, provisto de unos gemelos, para darse cuenta del movimiento del enemigo, y luego bajar, dar orden de cargar y lanzarnos a paso gimnástico, a la bayoneta, contra una batería prusiana.
En este instante de mi sueño, encontrándome en lucha cuerpo a cuerpo con los artilleros de aquella batería, uno de ellos me dio un sablazo en la cabeza, tan formidable que me partió en dos. Desperté entonces, y me encontré por tierra sobre la alfombra, sintiendo un fuerte dolor en la cabeza, pues al caer del lecho dio ésta contra una pequeña estufa.
El 6 de octubre de 1870 fue realidad este sueño: pueblecito, escuela, alcaldía, iglesia, nuestro oficial subiendo al campanario para darse cuenta de las posiciones del enemigo, descendiendo luego y dando orden de atacar a la bayoneta a las baterías prusianas. En mi sueño, fue en este momento cuando me abrieron la cabeza de un sablazo. En la realidad, esperaba que así sucediera; pero sólo recibí un golpe de escobillón, dirigido probablemente a la cabeza y que, gracias a una parada, me dio en el muslo derecho”.
“En 1869, en el momento del plebiscito, tuve un sueño mejor dicho, una pesadilla terrible.
En ella, veíame soldado en plena guerra, y sufriendo todas las exigencias de la vida militar: la marcha, el hambre, la sed. Oía las voces de mando, el tiroteo, el ruido del cañón, veía caer muertos y heridos a mi alrededor y oía sus gritos.
De pronto, me encontraba en un país, en un pueblecito, donde teníamos que sostener un ataque terrible del enemigo, formado por prusianos, bávaros, y dragones bandenses. He de hacer notar que jamás había visto aquellos uniformes, y que por entonces o se hablaba nada de guerra. En un momento determinado vi a uno de nuestros oficiales subir al campanario, provisto de unos gemelos, para darse cuenta del movimiento del enemigo, y luego bajar, dar orden de cargar y lanzarnos a paso gimnástico, a la bayoneta, contra una batería prusiana.
En este instante de mi sueño, encontrándome en lucha cuerpo a cuerpo con los artilleros de aquella batería, uno de ellos me dio un sablazo en la cabeza, tan formidable que me partió en dos. Desperté entonces, y me encontré por tierra sobre la alfombra, sintiendo un fuerte dolor en la cabeza, pues al caer del lecho dio ésta contra una pequeña estufa.
El 6 de octubre de 1870 fue realidad este sueño: pueblecito, escuela, alcaldía, iglesia, nuestro oficial subiendo al campanario para darse cuenta de las posiciones del enemigo, descendiendo luego y dando orden de atacar a la bayoneta a las baterías prusianas. En mi sueño, fue en este momento cuando me abrieron la cabeza de un sablazo. En la realidad, esperaba que así sucediera; pero sólo recibí un golpe de escobillón, dirigido probablemente a la cabeza y que, gracias a una parada, me dio en el muslo derecho”.
martes, 15 de enero de 2013
¡El bebé es mío!
Empezaré por decir que esto me pasó a mí y a mi hija en la Ciudad de México. Era un día de noviembre del 2001.
Estábamos durmiendo sobre las 11;55 y las 12;00 p.m., cuando sentimos algo y mi nieto, de tan solo 8 meses, empezó a llorar desesperado. Mi hija se paró y yo no podía abrir los ojos, y cuando por fin pude hacerlo, la mesa y sillas se empezaron a mover y a girar. Sentimos miedo.
Había algo en el techo, algo que no quería irse, y al ver esto, abracé fuerte al bebé. A la mañana siguiente el bebé tenia muchos rasguños, como si fueran de espinas de rosas, y un poco de moretones. Mi suegra me dijo que era la "bruja" que quería chapárselo porque aún no estaba bautizado. ¿Verdad, mentira? Lo cierto es que lo hicimos pronto y no ha vuelto a suceder.
Jesús Moreno
Estábamos durmiendo sobre las 11;55 y las 12;00 p.m., cuando sentimos algo y mi nieto, de tan solo 8 meses, empezó a llorar desesperado. Mi hija se paró y yo no podía abrir los ojos, y cuando por fin pude hacerlo, la mesa y sillas se empezaron a mover y a girar. Sentimos miedo.
Había algo en el techo, algo que no quería irse, y al ver esto, abracé fuerte al bebé. A la mañana siguiente el bebé tenia muchos rasguños, como si fueran de espinas de rosas, y un poco de moretones. Mi suegra me dijo que era la "bruja" que quería chapárselo porque aún no estaba bautizado. ¿Verdad, mentira? Lo cierto es que lo hicimos pronto y no ha vuelto a suceder.
Jesús Moreno
Amor desde el Más Allá
He aquí una historia auténtica del más allá, que gustará a las personas de alma romántica.
Sir William Barrett, fue un conocido investigador de lo paranormal, cuando la época del espiritismo estaba en todo su apogeo. Sus investigaciones dieron como resultado pruebas sorprendentes y algunas de sus experiencias en ese campo son dignas de ser conocidas. La historia de la cual les hablo, ocurrió en 1915.
Barrett se había hecho acompañar de dos médiums de su total confianza, Lennox Robinson y Travers Smith, ninguno de los cuales practicaban regularmente la mediumnidad, pero que, sin embargo, presentaban cualidades idóneas para desarrollarla, según suponía el propio Barrett. Al inicio de las sesiones, que siempre se realizaban con un tablero ouija, se lanzaba una pregunta al aire en espera de que fuera contestada por un supuesto espíritu que deseara contestarla.
En cierta ocasión, la respuesta vino de un joven oficial que decía haber muerto en los campos de batalla franceses (recordemos que nos encontramos en plena Primera Guerra Mundial). El espíritu se presentó con nombre y apellidos, y pronto los reunidos supieron que se trataba del primo de la médium Travers Smith, cuya muerte ella ya conocía. Pero lo curioso viene ahora.
El soldado les dijo a los espiritistas e investigadores que pidieran a su madre les entregara su alfiler de corbata, con una perla incrustada, para que se le remitieran a la chica con la cual había pensado casarse antes de morir. Para ello, dio el nombre y domicilio de la prometida.
Tanto la médium como los padres del oficial, desconocían por completo que el joven tuviera novia, y Barrett quiso comprobar que la historia correspondía con la realidad. Se escribió una carta con el nombre de la muchacha y esta fue enviada a la dirección indicada. Al poco, la carta fue devuelta como desconocida y Barrett pensó que de nuevo se encontraba ante un caso engañoso. Sin embargo, seis meses después se descubrió que el soldado se había comprometido realmente, sin decírselo a nadie, con una joven cuyo nombre coincidía plenamente con la que el “fantasma” había dado. Esto lo hizo poco antes de partir para el frente. Barrett, dice al respecto:
“Por eso no lo sabían ni su prima ni su familia íntima, y nadie oyó jamás el nombre de ella hasta que el ejército devolvió los efectos personales del muerto. Entonces supieron que en su testamento, él la había nombrado heredera, y asignaba el nombre y apellidos exactos que había dado. Y lo que es igualmente notable, ¡entre sus pertenencias se encontró un alfiler de corbata con una perla incrustada!”
Esto es lo que se llama entregar el amor hasta el último suspiro.
Sir William Barrett, fue un conocido investigador de lo paranormal, cuando la época del espiritismo estaba en todo su apogeo. Sus investigaciones dieron como resultado pruebas sorprendentes y algunas de sus experiencias en ese campo son dignas de ser conocidas. La historia de la cual les hablo, ocurrió en 1915.
Barrett se había hecho acompañar de dos médiums de su total confianza, Lennox Robinson y Travers Smith, ninguno de los cuales practicaban regularmente la mediumnidad, pero que, sin embargo, presentaban cualidades idóneas para desarrollarla, según suponía el propio Barrett. Al inicio de las sesiones, que siempre se realizaban con un tablero ouija, se lanzaba una pregunta al aire en espera de que fuera contestada por un supuesto espíritu que deseara contestarla.
En cierta ocasión, la respuesta vino de un joven oficial que decía haber muerto en los campos de batalla franceses (recordemos que nos encontramos en plena Primera Guerra Mundial). El espíritu se presentó con nombre y apellidos, y pronto los reunidos supieron que se trataba del primo de la médium Travers Smith, cuya muerte ella ya conocía. Pero lo curioso viene ahora.
El soldado les dijo a los espiritistas e investigadores que pidieran a su madre les entregara su alfiler de corbata, con una perla incrustada, para que se le remitieran a la chica con la cual había pensado casarse antes de morir. Para ello, dio el nombre y domicilio de la prometida.
Tanto la médium como los padres del oficial, desconocían por completo que el joven tuviera novia, y Barrett quiso comprobar que la historia correspondía con la realidad. Se escribió una carta con el nombre de la muchacha y esta fue enviada a la dirección indicada. Al poco, la carta fue devuelta como desconocida y Barrett pensó que de nuevo se encontraba ante un caso engañoso. Sin embargo, seis meses después se descubrió que el soldado se había comprometido realmente, sin decírselo a nadie, con una joven cuyo nombre coincidía plenamente con la que el “fantasma” había dado. Esto lo hizo poco antes de partir para el frente. Barrett, dice al respecto:
“Por eso no lo sabían ni su prima ni su familia íntima, y nadie oyó jamás el nombre de ella hasta que el ejército devolvió los efectos personales del muerto. Entonces supieron que en su testamento, él la había nombrado heredera, y asignaba el nombre y apellidos exactos que había dado. Y lo que es igualmente notable, ¡entre sus pertenencias se encontró un alfiler de corbata con una perla incrustada!”
Esto es lo que se llama entregar el amor hasta el último suspiro.
Los misteriosos cañonazos de Barisal
Verano de 1965. Este de la isla de Sajalín. Los miembros de la tripulación de un mercante japonés, navegan placidamente por sus aguas, cuando, poco antes de llegar a la costa, comienzan a oír unos potentes retumbos que perduran hasta que llegan a su destino. Las detonaciones son similares a cañonazos y los navegantes piensan puede tratarse de maniobras navales realizadas en las cercanías por los soviéticos. Pero ningún barco se cruza con ellos y el lugar donde creen proceden los disparos, está solamente ocupado por las serenas ondulaciones del mar.
-Debe tratarse de algún nuevo tipo de avión superando la barrea del sonido-razonó para sí mismo el capitán, y para los demás.
Dos meses después, el mismo barco navega por las costas occidentales de la isla Hokkaido y la oriental de Siberia, y las detonaciones vuelven a producirse sin que nadie de la tripulación consiga averiguar su procedencia. El capitán, amoscado, decide confirmar su teoría de los aviones, y le pregunta a un amigo suyo, oficial de la Marina Soviética de Vladivostock, lo que él piensa al respecto. El oficial niega sean aviones o bombas y le invita a que le acompañé a las orillas del lago Janka, en la frontera china. Ambos hombres se encuentran de permiso, y el marino japonés acepta la invitación.
-No pienses que niego sean aviones o bombas porque se trate de algún secreto militar –le dijo el oficial soviético a su amigo, una vez en el lugar-. Pero, ¡chitón!.. Ahí los tienes.
El marino nipón no tuvo que forzar su oído, pues de inmediato se volvieron a producir las explosiones que él ya comenzaba a conocer.
-No creas que no sabemos de estas detonaciones –le siguió explicando su amigo soviético-; sin embargo desconocemos totalmente su origen. La verdad es que no se trata de ningún avión ni aparato, a no ser, eso sí, que se trate de platillos volantes.
No contento con el testimonio de su amigo, el cual no sabía si bromeaba, nuestro marino japonés decidió investigar por su cuenta el fenómeno y de este modo se encontró con varias declaraciones, divergentes entre sí, pero coincidentes en cuanto a que ninguno sabía qué podrían ser.
-En efecto, este fenómeno no es nuevo –le dijo uno de ellos-, existen incluso antes de que inventaran los reactores; ni los científicos saben lo que es. Te diré que incluso el Ministerio británico de Defensa comenzó una investigación, pero tuvieron que desistir porque sabían que no iban a llegar a ninguna parte.
-Se trata, posiblemente, de un fenómeno natural –le dijo un especialista-. Pero no sabemos si hay que localizarlo en el aire, en tierra o en el mar.
A este fenómeno se le ha denominado científicamente como “cañones invisibles” o “cañones de Barisal” (nombre procedente de una aldea próxima al Ganges). Nadie a averiguado jamás su origen y muchos han sido los que, a lo largo de la historia, han descrito tan singular y misterioso ruido. Viajeros ingleses en las lagunas indias de Sundarbans; los coroneles Godwin Austen y H. S. Olcott, en Bután (1865) y Barisal, Chilmari y Brahmaputra (1895), respectivamente; y Charles Sturt, en Australia, en el misma expedición que le llevó a descubrir los ríos Darlin y Murria en 1828-1829; sólo por mencionar a algunos.
Este misterio, que se origina en muchos lugares del planeta, es conocido también como “el tambor de la arena”, por producirse en zonas totalmente desérticas.
Marco Polo, en su “Libro de las Maravillas”, dice haberlos oído estando en el desierto del Gobi. El ruido era persistente y molesto y comenzó a sentirse mal. Cuando preguntó a los lugareños qué era aquello, estos le contestaron que eran los espíritus de la tierra hablando en su misterioso lenguaje. Le dijeron, que a no ser que fuera un brujo, jamás sabría interpretarlo. Esa era su manera de anunciar el futuro y que “hablaban a las estrellas”. El hombre no debía escucharlo demasiado tiempo pues estos hacían enloquecer.
También Charles Darwin fue testigo de un hecho similar en su viaje a Chile. Las explicaciones recibidas por los nativos, fue exactamente la misma que la de Marco Polo.
Ciertas franjas del desierto del Sahara hacen sonar también sus “tambores” casi a diario. Las playas son otro de los lugares donde estos sonidos hacen su aparición.
En Hawai, el ruido se diferencia de las demás pues no se trata exactamente de un tamborileo, sino mas bien de un matraca repiqueteando a gran velocidad o de un silbido persistente, que aparece y desaparece.
En los desiertos de Kalahari, en Sudáfrica, los indígenas le rinden tributo desde hace mucho tiempo, con técnicas rituales. El doctor A. D. Lewis, pudo comprobarlo por sí mismo en 1935.
El sur de Egipto, el tambor de la arena se produce de forma natural y periódica. El físico R. A. Bagnold, vivió este fenómeno de forma notabilísima:
“Sucede sin que uno se lo espere. En una noche tranquila. Primero oí un zumbido tan sordo e intenso que tenía que gritar para que me oyeran mis compañeros. Pronto otras fuentes sonoras, de procedencia indiscernible, unieron sus acordes al concierto inicial. Y poco a poco se creó una especie de armonía, desagradable y mareante a la vez, punteada por un pequeño redoble de tambor, de una regularidad de ritmo asombrosa. Ese extraño coro duró por lo menos cinco minutos. Después, durante algunos segundos, se oyó sólo el tambor. Y por último, de golpe, cesó toda confusión de ruidos y nos preguntamos si no habíamos sido víctimas de una alucinación.”
Fuera lo que fueren estos ruidos, explosiones y tamborileos, lo cierto es que se vienen escuchando desde tiempo inmemoriales y cualquier lugar del planeta. ¿Demonios? ¿Ovnis? ¿Espíritus? ¿Caprichos de la madre naturaleza? Quien sabe. Lo único cierto, es que de momento sólo pueden pertenecer a la esfera de lo forteano.
-Debe tratarse de algún nuevo tipo de avión superando la barrea del sonido-razonó para sí mismo el capitán, y para los demás.
Dos meses después, el mismo barco navega por las costas occidentales de la isla Hokkaido y la oriental de Siberia, y las detonaciones vuelven a producirse sin que nadie de la tripulación consiga averiguar su procedencia. El capitán, amoscado, decide confirmar su teoría de los aviones, y le pregunta a un amigo suyo, oficial de la Marina Soviética de Vladivostock, lo que él piensa al respecto. El oficial niega sean aviones o bombas y le invita a que le acompañé a las orillas del lago Janka, en la frontera china. Ambos hombres se encuentran de permiso, y el marino japonés acepta la invitación.
-No pienses que niego sean aviones o bombas porque se trate de algún secreto militar –le dijo el oficial soviético a su amigo, una vez en el lugar-. Pero, ¡chitón!.. Ahí los tienes.
El marino nipón no tuvo que forzar su oído, pues de inmediato se volvieron a producir las explosiones que él ya comenzaba a conocer.
-No creas que no sabemos de estas detonaciones –le siguió explicando su amigo soviético-; sin embargo desconocemos totalmente su origen. La verdad es que no se trata de ningún avión ni aparato, a no ser, eso sí, que se trate de platillos volantes.
No contento con el testimonio de su amigo, el cual no sabía si bromeaba, nuestro marino japonés decidió investigar por su cuenta el fenómeno y de este modo se encontró con varias declaraciones, divergentes entre sí, pero coincidentes en cuanto a que ninguno sabía qué podrían ser.
-En efecto, este fenómeno no es nuevo –le dijo uno de ellos-, existen incluso antes de que inventaran los reactores; ni los científicos saben lo que es. Te diré que incluso el Ministerio británico de Defensa comenzó una investigación, pero tuvieron que desistir porque sabían que no iban a llegar a ninguna parte.
-Se trata, posiblemente, de un fenómeno natural –le dijo un especialista-. Pero no sabemos si hay que localizarlo en el aire, en tierra o en el mar.
A este fenómeno se le ha denominado científicamente como “cañones invisibles” o “cañones de Barisal” (nombre procedente de una aldea próxima al Ganges). Nadie a averiguado jamás su origen y muchos han sido los que, a lo largo de la historia, han descrito tan singular y misterioso ruido. Viajeros ingleses en las lagunas indias de Sundarbans; los coroneles Godwin Austen y H. S. Olcott, en Bután (1865) y Barisal, Chilmari y Brahmaputra (1895), respectivamente; y Charles Sturt, en Australia, en el misma expedición que le llevó a descubrir los ríos Darlin y Murria en 1828-1829; sólo por mencionar a algunos.
Este misterio, que se origina en muchos lugares del planeta, es conocido también como “el tambor de la arena”, por producirse en zonas totalmente desérticas.
Marco Polo, en su “Libro de las Maravillas”, dice haberlos oído estando en el desierto del Gobi. El ruido era persistente y molesto y comenzó a sentirse mal. Cuando preguntó a los lugareños qué era aquello, estos le contestaron que eran los espíritus de la tierra hablando en su misterioso lenguaje. Le dijeron, que a no ser que fuera un brujo, jamás sabría interpretarlo. Esa era su manera de anunciar el futuro y que “hablaban a las estrellas”. El hombre no debía escucharlo demasiado tiempo pues estos hacían enloquecer.
También Charles Darwin fue testigo de un hecho similar en su viaje a Chile. Las explicaciones recibidas por los nativos, fue exactamente la misma que la de Marco Polo.
Ciertas franjas del desierto del Sahara hacen sonar también sus “tambores” casi a diario. Las playas son otro de los lugares donde estos sonidos hacen su aparición.
En Hawai, el ruido se diferencia de las demás pues no se trata exactamente de un tamborileo, sino mas bien de un matraca repiqueteando a gran velocidad o de un silbido persistente, que aparece y desaparece.
En los desiertos de Kalahari, en Sudáfrica, los indígenas le rinden tributo desde hace mucho tiempo, con técnicas rituales. El doctor A. D. Lewis, pudo comprobarlo por sí mismo en 1935.
El sur de Egipto, el tambor de la arena se produce de forma natural y periódica. El físico R. A. Bagnold, vivió este fenómeno de forma notabilísima:
“Sucede sin que uno se lo espere. En una noche tranquila. Primero oí un zumbido tan sordo e intenso que tenía que gritar para que me oyeran mis compañeros. Pronto otras fuentes sonoras, de procedencia indiscernible, unieron sus acordes al concierto inicial. Y poco a poco se creó una especie de armonía, desagradable y mareante a la vez, punteada por un pequeño redoble de tambor, de una regularidad de ritmo asombrosa. Ese extraño coro duró por lo menos cinco minutos. Después, durante algunos segundos, se oyó sólo el tambor. Y por último, de golpe, cesó toda confusión de ruidos y nos preguntamos si no habíamos sido víctimas de una alucinación.”
Fuera lo que fueren estos ruidos, explosiones y tamborileos, lo cierto es que se vienen escuchando desde tiempo inmemoriales y cualquier lugar del planeta. ¿Demonios? ¿Ovnis? ¿Espíritus? ¿Caprichos de la madre naturaleza? Quien sabe. Lo único cierto, es que de momento sólo pueden pertenecer a la esfera de lo forteano.
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